Opinión

Revolución canibal

Se atribuye a Robespierre aquello de que “la revolución, como Saturno, devora a sus hijos”. Pero ninguna lo ha hecho a la velocidad de la que los independentistas querían implantar en Cataluña, una vez que la maquinaria judicial se empeñó a fondo para mantener la legalidad vigente. El Tribunal Supremo que tantas veces se ha sentido regañado por el Constitucional ha sido el que ha terminado de dejar caer el mazo de la ley sobre quienes han emprendido un camino que acababa en un culo de saco.  

Tras conocerse, en parte, las declaraciones exculpatorias de “los Jordis”, y del exconsejero de Interior, Joquim Forn, su reconocimiento de la ilegalidad del referéndum del 1-O, la existencia de una hoja de ruta soberanista desde 2015, que solo un referéndum convocado por el estado tendría validez y la renuncia a la vía unilateral a la independencia, la depresión debe cundir entre los partidarios de la secesión, después de la rendición de quienes eran los jefes del brazo civil –“los Jordis”- y del brazo militar –el responsable político de los mossos-.  Una rendición táctica por el momento y de efectos aún por ver, porque está hecha para salir de la cárcel, como en su día hizo Carme Forcadell, y que debiera ir seguida de la dimisión en directo o en diferido como ha hecho la todavía presidenta del Parlament, aunque mantiene su escaño para seguir aforada. 

Al menos Oriol Junqueras se mantuvo incólume en su fe de creyente y no abominó de sus actos. Por eso sigue en prisión provisional y por ser el jefe político del soberanismo, que eso sí que quedó demostrado cuando forzó la declaración de la DUI en lugar de dejar que Puigdemont convocara elecciones autonómicas.

Por lo pronto, la revolución catalana ha devorado a casi todos sus hijos, a Artur Mas, el primogénito, y a continuación a todos los que han sido inhabilitados, investigados, procesados, huidos, encarcelados o dimisionarios.  A todos menos a uno, que se resiste a ser engullido y que ha logrado construirse una Arcadia feliz donde se siente seguro frente a las amenazas y mantiene la ficción de la Republica Catalana virtual, con página web incluida, y con residencia donde recibe a los suyos –el grupo parlamentario de Junts per Catalunya- que van a rendirle pleitesía como presidente legítimo de Cataluña, mientras buscan formas audaces o imaginativas que permitan su investidura telemática. Solo con la ingenuidad de quienes creían que el Estado no iba a defenderse de los ataques se puede pensar que dará por bueno cualquier nueva astucia. Por el contrario, les va a conducir a la melancolía.

En efecto, desmantelada la parte fundamental del aparato político del soberanismo, solo queda que Carles Puigdemont acepte que su situación es insostenible, que se forme un Govern que desde el palacio de la Generalitat se dedique a resolver los problemas de los ciudadanos y que sin renunciar a sus ideas o principios, los defienda dentro de las leyes generales y autonómicas. En ese momento Cataluña, no obstante,  quedará en libertad vigilada como muchos de sus actuales políticos. Su error ha sido tan grande que después del 21-D, y con el triunfo de Ciudadanos, los nacionalismos, incluido el vasco, pueden perder su influencia en la gobernabilidad del país, al menos por un tiempo.    

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