Opinión

Algoritmo

Lo he mirado en el diccionario porque no sabía exactamente cuál era su definición, y resulta ser que “algoritmo” es un conjunto de operaciones que llevan a la solución de un problema. Bienvenido sea. Con todas las dificultades que nos rodean, esto de que aparezcan fórmulas para facilitarnos la vida es algo muy útil.
Piensen, si no, en las últimas proezas que ha hecho el tal algoritmo: por un lado, averiguar cuánto de plagio tiene una tesis doctoral, y por otro, medir el nivel de odio que hay en Twitter; sin duda, dos investigaciones que supondrán un antes y un después en nuestras vidas por la importancia de sus resultados para la economía y el comportamiento humanos.

Claro que, esto del odio tiene sus matices y, al parecer, la ecuación matemática funciona según el grado de insulto y su contexto. O sea, que si dices “perro” o “basura” tienes que ponerlo en el redil adecuado para que el odio surta efecto y las redes sociales se incendien. De la misma manera, si plagias debes plagiar con erratas incluidas y con un número suficiente de palabras para que no entre la variable de la casualidad.
Vamos, que al algoritmo no se la das con queso. Es como un asesino perfecto: frío y calculador, capaz descuartizarte la reputación en un “clic” sin que le tiemblen lo más mínimo los guarismos.

Yo me imagino que este término matemático también medirá cosas positivas. La felicidad, por ejemplo. ¿Cuántos decimales hay que tener para que te consideren una persona feliz?, es decir, para que quien te mire piense: “¡Qué suerte tiene, cómo derrocha alegría!”. Y, ya puestos, que también nos mida la salud y la probabilidad de que nos toque la lotería.

Nada, tranquilidad, que el algoritmo ha llegado para quedarse y para rebatirnos que las matemáticas no son tan abstractas como las pintan; no solo de sentimientos viven las personas... En la era de la robótica, nunca tanto valor tuvo un cero a la izquierda, y hay incluso quien lo define como “la pequeña trampa de Dios”, dando a entender que de lo perfecto nace el albedrío y de él, lo imperfecto. En fin, reflexiones aparte, no podemos dudar de que el algoritmo nos ha traído “algo” de “ritmo”, y aunque solo sea por eso, por revolver con la cucharilla en sentido contrario, se agradece un poco de zumba en medio de los calculados menesteres cotidianos. Él no lo sabe (porque carece de emociones), pero su baile de números nos importa mucho; en realidad, somos lo que cuentan de nosotros y lo que, a la vez, contamos. Todo depende. ¿Acaso 1+1 no podría ser 11?

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