Opinión

Ataúdes y chupetes

Con esto de las huelgas (que están muy bien para defender derechos) se ha dado el caso curioso de que últimamente los muertos no mueren y los nacidos no nacen. Qué frágil se vuelve la causa demográfica con la presión laboral, y qué manera de quedarnos desnudos antes la vida o el recuerdo.

Es como esos hologramas que permiten ver a Michael Jackson o a Roy Orbison en pleno escenario, con la orquesta tocando a sus espaldas mientras los focos los alumbran a ellos, a los hologramas, que dejan de serlo para transfigurarse en cuerpo en medio de la euforia colectiva.

Pues con los óbitos y los nacimientos alegales pasa algo parecido: difuntos y recién nacidos se han convertido en fantasmas cuyo espíritu administrativo anda en pena como la Santa Compaña, implorando justicia para ser reconocido en su nuevo estado mortal o vital.

¿Quiere esto decir que cuando se acaben las huelgas los muertos serán más muertos y los nacidos, “bien nacidos”? Tristemente, sí; porque para todo somos números y como tales nos tratan: en la pescadería, al ir al médico, cuando cambiamos el aceite al coche, y también en los viajes y en los probadores de ropa.

Solo nos faltaba guardar turno para morir o nacer (administrativamente). Y lo hemos conseguido. El duelo por la muerte y la alegría del alumbramiento deberían estar exentos de cuestiones mundanas, entre otras cosas porque ambos trascienden lo material. Son momentos de puro sentimiento en el espacio común de la emotividad.

Pero claro, en las huelgas eso no cuenta. No es lo suyo.  

Lo espiritual y la infancia no casan con las reivindicaciones laborales. Antes, por ejemplo, ibas al Registro a inscribir a tu hijo y la ilusión te empujaba a hacer una foto en el mostrador exhibiendo el Libro de Familia. Pero ahora, ni ataúdes ni chupetes están a salvo de una realidad descarnada de mística. Los trámites de inicio y fin de la vida son eso, trámites, y como en la lotería, número eres y en número te convertirás.

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