Opinión

Cárcel

Recuerdo la última vez que estuve en la cárcel. Hará cosa de veinte años. Recababa yo información para un reportaje sobre drogodependencias y mi estancia no pasó de dos horas, pero aquello me pareció una eternidad. Claro que, en aquel módulo, donde convivían condenados y preventivos definidos como «presos comunes», no había celdas para VIPs, de esas que tanto se habla ahora; fueras donde fueras, el tufo a desesperanza hacía irrespirable el ambiente y la rutina era como la droga: no se veía pero se notaba.

Mientras la humanidad no invente otro sistema para «hacer justicia» que no sea privar de libertad a las personas (y la alternativa no debe de ser fácil, pues llevamos así varios miles de años), mientras tanto, digo, seguiremos admitiendo el convencionalismo de meter a la gente entre rejas, igual que el de ir a curarse a un hospital o comprar el pan en la panadería. Nada sorprende cuando se vuelve costumbre.

El caso es que, hablando de prisiones y delincuentes, como todo evoluciona, ahora ya no hay grilletes ni pesadas bolas atadas a los tobillos. Ahora separamos a los presos por secciones, como en las bibliotecas, en función de su peligrosidad o del delito cometido. Los delincuentes de «guante blanco» (¿será porque emulan a los magos?) son destinados a la zona noble de la prisión, lejos de los denominados «internos conflictivos». Otro convencionalismo. De la misma manera que en la cocina alejamos el detergente del aceite tampoco juntamos a asesinos despiadados con corruptos. Y es normal: un corrupto te puede matar de indignación pero eso no lo convierte en asesino. 

Los delitos del dinero son mucho más limpios, ¡dónde va a parar!... De ahí lo de blanquear. Los asesinos manchan y los ladrones de joyerías desordenan, pero los del guante blanco ni tosen, oye. Por eso, para purgar su acción criminal —silenciosa donde las haya— se merecen un lugar exento de malas compañías, algo así como el «ala oeste» de la prisión, para pasar su penitencia rodeados de mansedumbre.

Tal vez debamos acabar haciendo una cárcel solo para violadores, otra para homicidas, otra para ladrones, otra para narcotraficantes y otra para los del guante blanco, esta última, con baño privado en la celda, televisión, conexión a Internet y móvil con tarifa plana. ¿No se trata de reinsertar?... Pues perseveremos en ello: secuelas carcelarias, las mínimas. Así al menos nos quedará la posibilidad de que se arrepientan y devuelvan el dinero cuando salgan… ¿Por qué sonríen? Hablo en serio.

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