Opinión

Cinco minutos

El mundo ya no será el mismo a partir de ahora: WhatsApp acaba de anunciar que ya se pueden borrar los mensajes que envías desde el móvil. Es decir, que si te equivocas o te arrepientes, el “dios de la comunicación” te permitirá enmendar tu error. Eso sí, solo dispondrás de cinco minutos. Debes hacerlo en caliente. Supongo que te dan ese plazo para te entrenes en cuestiones de agilidad mental, gestión inmediata de problemas, o cosas así… Si no, ¿por qué cinco minutos? ¿No podrían ser diez, una hora o veinte días? Más que nada para pensárselo bien, por si decidimos perseverar en el error.

Lo maravilloso de estas tecnologías es la manera en que nos colman de felicidad. Hasta ahora lo importante era la inmediatez, interactuar con todo el mundo con la celeridad de un café soluble: clic, clic y ¡chas!, mensaje enviado, mensaje respondido, puntitos azules y todos contentos. Pero, como seres falibles que somos, muchas veces nos equivocamos: ortográficamente, de destinatario, o por un cabreo repentino que gobierna nuestros dedos como un poltergeist. Y vemos, impotentes, al mensaje irse.

Nada, asunto arreglado. A partir de ahora la perfección ha llegado a nuestra vida virtual. Fuera problemas causados por una inconveniencia semántica. Desahógate a gusto. Que nunca tan bien aprovechados estarán los cinco minutos siguientes. Borras y punto.

La única pega es que el receptor de tu misiva leerá en su pantalla: “Este mensaje ha sido borrado”, y claro, si es muy susceptible, quizás se le disparen todo tipo de elucubraciones.
Yo creo que los que idean estas tecnologías lo hacen adrede. Me refiero a lo de dejar pistas y no permitir que el rastro del mensaje se pueda borrar del todo. La chicha del negocio de las nuevas comunicaciones, aunque parezca lo contrario, está en lo imperfecto de lo perfecto, en la incomodidad de lo cómodo, en la visibilidad de lo invisible. Es como una película: si todo fluye armónicamente acabas concentrándote en las palomitas y empiezas a mirar el móvil, dejando que la película sea un sonido de fondo. Pues esto es lo mismo. La vida digital también está llena de egoísmos, felicidad, rencores, remordimientos, malos, buenos y mejores, y los mensajes de WhatsApp, también. Quién lo diría, ¿verdad?: una palabra tan complicada y difícil de pronunciar se nos ha hecho imprescindible como el agua. No es extraño. Nunca tanto hemos hablado para decir tan pocas cosas. 

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