Opinión

Congelados

Un mantel de ganchillo, una sombrilla, un souvenir de bailarina flamenca, incluso un móvil… Podríamos hacer una lista interminable de cosas e imaginar qué dirán de nosotros dentro de mil años, pongamos por caso, si removiendo restos arqueológicos los habitantes del futuro encuentran “tesoros” semejantes, pertenecientes a una civilización que, en su osadía, creyó que tras ella era imposible seguir evolucionando.

Me imagino esto mirando un cubito de hielo, observando sus interioridades, las partículas de agua y aire congeladas como fósiles, igual que el bizcocho de frutas de 106 años que apareció el otro día en la Antártida, igualmente congelado, perteneciente a una antigua expedición a esos territorios australes.

Ahora ya no se habla de la criogenización, lo de congelar a un ser vivo y conservarlo así, a la espera de resucitarlo en el futuro. La cosa va por modas, y se ve que hoy en día los multimillonarios que promovieron esta Cultura Frozen, a modo de pervivencia de los mejores ejemplares, se lo han pensado mejor y han hecho bueno el dicho de “A vivir, que son dos días”. Ni pío, oye, nunca más se supo de lo de auto-congelarse.

Y es que, claro, pensándolo bien, eso de que te metan en una cápsula y te conviertan en Rodolfo Langostino, así, sin más, no cuenta con muchas garantías tranquilizadoras. De entrada, ¿quién sabe cómo funcionará lo del recibo de la luz en tiempos venideros? ¿Y si van y nos desconectan, argumentando que podríamos portar bacterias desconocidas que alterarían el equilibrio de los seres del futuro?...

Mejor dejarse de experimentos, de momento. Ya nos va bien con la “primeras piedras” que se entierran en los cimientos de algunas construcciones, esos recipientes en los que se ponen notas, objetos alusivos y el periódico del día, para dejar constancia. Pero de ahí a congelarnos va un trecho.

Si nos preguntaran, seguro que a todos se nos ocurrirían candidatos para crionizar, no tanto para convertirlos en inmortales, si no precisamente para evitar que pongan en riego la raza humana, pero, como digo, no es el caso. 

En realidad, no hacen falta máquinas para dejarte helado; basta con una emoción. Y ahora que estamos en verano, me conformo con unos cubitos de hielo: rebajan la temperatura y refrescan. Con eso es suficiente.  

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