Opinión

El más allá

Hoy el “más allá” está a veinte centímetros. Es la distancia que separa dos pantallas de móvil, por ejemplo, de una pareja, dos amigos, los miembros de una familia o simplemente dos desconocidos a los que el azar ha arrimado en el metro, el bus o esperando a que el semáforo se ponga en verde para cruzar.

Decir “dos pantallas de distancia” es lo mismo que decir “dos años/luz” porque así de separadas están las mentes de uno y otro comunicador, alejados por el interestelar agujero negro que tiene a nuestra mente abducida, viajando por los lejanos territorios de la irrealidad.

Ya no apelamos al “es tan cierto como el suelo que piso”, porque, entre otras cosas, el suelo que pisamos depende ahora de la atención que le prestemos a la pantalla. Vamos por ahí como los nuevos Neil Armstrong, casi siempre en la luna y embutidos en la escafandra que nos brinda esta tele-vida que ha venido para quedarse, al menos, durante el tiempo que le resulte rentable a los fabricantes de móviles y demás rectángulos tecnológicos.

El récord lo batió el otro día una familia. Estaba yo tomando un café con un amigo en un centro comercial cuando, a lo lejos, en un establecimiento de enfrente vi a seis personas (niños, adultos y mayores) que por la familiaridad en el trato supuse entre ellas un parentesco. Pues bien, durante unos tres minutos toda la familia estuvo mirando el móvil (cada uno el suyo), y yo le di un leve codazo a mi amigo y le señalé con la cabeza aquel tierno cuadro familiar. “Es normal”, me respondió sin sorprenderse, y admito que yo tampoco me sobresalté ni sentí la necesidad de llamar a los bomberos, pero, caray, yo dije que algo estaba fallando en la sociedad si quedamos para tomar una pizza y lo único que compartimos es la circunferencia en porciones.

Y entonces pensé en los parques llenos de jóvenes, encadenados a la moderna esclavitud de salir de casa con un aparato en la mano sin soltarlo por nada del mundo. Quizás pronto veremos aparecer nuevos problemas oculares o articulares, y como ya ocurre, adicciones de difícil solución, entre otras cosas porque quienes promocionan estos ingenios tecnológicos no gastan ni un euro en recomendar un uso razonable. Costó trabajo eliminar la publicidad del tabaco y el alcohol; algo menos lo de fumar en los bares, y del “Si bebes no conduzcas” pasamos a la prohibición del móvil en el coche.

Nadie niega los beneficios que las pantallas tienen en nuestra vida, pero si sus bondades se logran a base de ir y venir del “más allá” a todas horas, algo falla, y seguro que la solución no pasa por “atención al cliente”, quizás sea mejor llamar a Houston para reconocer que tenemos un problema.

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