Opinión

Las gafas de la verdad

Los chinos acaban de inventar unas gafas que si te las pones puedes averiguar al instante toda la información de la persona que estás mirando, es decir, su nombre, dónde vive, si se ha portado bien o mal en la vida, y muchas cosas más… Han equipado a la policía con esta nueva arma visual coincidiendo con el Año Nuevo Chino, época de masivos traslados en aquel país, y donde, al parecer, este artilugio de última tecnología va a aumentar la seguridad en estaciones y aeropuertos al permitir detectar a delincuentes.

En nada, los bazares chinos nos ofrecerán la versión low cost de dichas gafas, que compartirán estantería con despertadores, calculadoras y demás enseres imprescindibles para nuestra vida, todos apilados a toneladas en los interminables pasillos de estos establecimientos orientales.

Además, es buen momento: pronto llegará la primavera y podremos recorrer las calles con nuestras flamantes gafas, al tiempo que hurgar en los datos más íntimos de cualquier persona. Con el tiempo, pasarán de moda, y el hecho de poder conocer “todo” de “todos” ya no será sorprendente, como le ocurrió al avión, al móvil o al fax… Pero mientras tanto, la utilidad de estos nuevos anteojos se presupone infinita: de entrada, si vas a una ventanilla y el empleado de turno no te atiende con la diligencia debida puedes lanzarle un fogonazo amenazante aireando ante la concurrencia algún secreto íntimo suyo o, por el contrario, si se muestra amable quizás te apetezca enviarle a su domicilio un ramo de flores o un par de entradas para el teatro.
Por supuesto, la fiabilidad de la información dependerá de la calidad: con gafas “de marca” irás a tiro fijo a la casa de la persona desconocida, o a su trabajo o a su lugar de ocio, mientras que con las otras, pulurarás desorientado por las calles, como con un tom-tom sin actualizar.

Sea como fuere, las gafas de la verdad han venido para quedarse. Los chinos no fallan. Y tras ellas llegarán las de visión “rayos X”, porque, seamos sinceros: los datos cuando apabullan provocan empacho; sin embargo el eslogan de “una imagen vale más que mil palabras” afianzará su argumento al vernos con nuestros cuerpos expuestos a la intemperie de la libertad visual. Y entonces ocurrirá como con el caballo desbocado de Internet, ¿quién le pone puertas al ojo?... Lo bueno es que ya no habrá mentiras ni falsas apariencias, ni tan siquiera secretos inconfesables que resistan la privacidad. Las ataduras morales serán evanescentes, permisivas como un botellón de madrugada, con la procesión yendo por dentro y la imaginación arrinconada en la memoria. ¡Todo por la plástica!

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