Opinión

Mar y nieves

Lo de ponerle cadenas al coche es, como el inglés, la gran asignatura pendiente. En cuestión de idiomas, mal que bien, nos defendemos para preguntar una dirección o pedir una cup of café con leche; pero cuando se trata de montar las cadenas la cosa se complica hasta la congelación.

Entre el frío que te hiela las manos —por supuesto, nos hemos olvidado los guantes— y la tensión de verte allí, a pie de neumático y con la rodilla empapada, no es de extrañar que la concentración flaquee. Repasamos mentalmente las instrucciones y maldecimos no haber dedicado más tiempo a entrenar.

Todo esto, suponiendo que llevemos cadenas, claro. Porque la segunda opción ya ni se plantea. Quizás haya sido esta la causa de que días pasados se colapsara la A6: no llevarlas. La culpa fue de los conductores por no tener en el maletero una pala, una linterna, barritas energéticas, agua como para darle de beber a un camello y, por supuesto, un sistema antideslizante para las ruedas, objetos que, según los expertos, deberían haber metido en el coche los inconscientes que salieron de Madrid camino del norte. Hay que ser más precavidos… que nunca se sabe cuándo tocará hacer espeleología.

Ya lo advertían los carteles: “Nevadas”. Así que a nadie se le ocurra reclamar. ¿Qué son doce horas metidos en el coche con niños, abuelos, embarazadas o personas necesitadas de medicinas, todos ellos atenazados por el miedo a morir congelados? ¿Quién les manda haber salido de viaje?…

Ironías aparte, lo que menos se ha oído en esta crisis viaria ha sido la palabra “Disculpas”. Da la sensación de estar en una inmensa sala de squash donde la pelota rebota en todas partes. En estos casos se aplica lo mismo que ocurre cuando el mar destroza paseos marítimos o se lleva en una ola a personas que tentaron a la tormenta en busca de una foto. “Fenómenos meteorológicos adversos”, que dicen los del tiempo. Y eso me suena a los “daños colaterales” de las guerras. 

Arropamos las palabras para que no se resfríen de firmeza, y así vamos capeando el temporal. Entre mar y nieves anda la cosa estos días, con el perdón confinado en el confesionario, su lugar preferido.

Resumiendo: la próxima vez háganle caso a las señales en lugar de culpar a la DGT, siglas que algunos ya han definido como Dirección General de Trágicos. 

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