Opinión

Misiles

A ver quién lo tiene más grande…! Me refiero al misil, sin metáforas. Hablo de armas; de las de la guerra. De esas que se montan en carros, como el cohete de Tintín, con la punta roja o negra, y que desfilan solemnemente ante miles de personas en plazas inmensas, al ondear de pendones y banderas. Armas. El recurso fácil con el que se envalentona el poderoso, igual que un macarra que cultiva músculos para amedrentar al ser humano estándar.

Pues eso. Que la cosa anda revuelta a babor y estribor del mundo, con el Putin, el Trump y el misil (casualidad que las tres palabras tengan el mismo número de letras), una fiesta a la que se une también el de Corea de Norte, todos exhibiendo don de gentes a golpe de megatones.

¡Qué primitivos somos, oye! Tan absurdo resulta esta diplomacia bélica como si a nosotros —los ciudadanos de a pie— se nos ocurriese ventilar las discrepancias vecinales con fuegos artificiales. ¿Se lo imaginan?: que el vecino pone la música alta, taconea, tira de la cisterna de madrugada o gotean sus plantas, pues nada, yo me salgo al balcón, le planto fuego a la mecha y venga atronar el barrio. Y si se pone chulo y replica, paso a nivel 2: le suelto un petardo (de decibelios king size) en el hueco de la escalera apuntando a las buhardillas y ya verá lo que es bueno… Luego, cumplido el objetivo, bajo con mi familia al vestíbulo y nos ponemos a aplaudir, abrazándonos y felicitándonos por el éxito del lanzamiento, procurando troncharnos de risa al mismo tiempo para que el efecto vejatorio sea definitivo.

Al final, si el vecino se aviene a razones y deja de molestar yo devuelvo los fuegos sobrantes a la pirotecnia… o mejor aún: los vendo a precio de saldo, más o menos como hacen algunos países con sus excedentes armamentísticos, montando «guerras de desagüe» en África y Oriente Medio, como si en esos territorios no tuviesen nada mejor que hacer que andar matándose todo el día.

Esto no es humor absurdo, créanme. Aplico a la vida cotidiana los argumentos de quienes controlan el mundo. ¿Verdad que lo sensato sería quedar con el vecino y arreglar las desavenencias dialogando, sin necesidad de mostrarle la mecha del petardo por la mirilla? ¿A que sí?... Pues no. Donde esté un misil que se quiten las palabras, no sea que se nos escape un «perdón» y la onda expansiva hiera susceptibilidades, piensan los poderosos. 

De todas formas, si se trata de apostar por los duros y elegir un líder yo me quedo con John Wayne, entre otras cosas porque sus armas solo mataban el aburrimiento. Seguro que hoy, si levantase la cabeza, a punto de cumplir 100 años, diría eso de: "La vida es dura, pero es más dura si te comportas como un estúpido”. Amén, vaquero. 

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