Opinión

Sentimientos de saldo

Me ha contado un amigo (no sé si será cierto) que en la calle del Paseo van a abrir una tienda para vender sentimientos. Creo que se va a llamar «Feeling», por el punto esnob anglosajón. De entrada, para fidelizar clientela, dispondrán en el escaparte toda suerte de envases, botellas y cajas de llamativos colores con mensajes-fuerza de esos que inundan Facebook los fines de semana, incrustados en bellos paisajes, para subirte la moral cuando no tienes otra cosa que hacer que pasarte horas ante la pantalla del ordenador o el móvil.

Dice mi amigo que dentro de la tienda habrá grandes depósitos —como los modernos barriles de cerveza—, a los que unirán mangueras en el mostrador, y así, como si de una caña se tratase, tú vas y pides medio litro de «Compasión» y te lo sirven en una botella (de diseño, por supuesto), o 100 gramos de «Amor», que presentan en una cajita parecida a las de los bombones, para que cuando el destinatario la abra le explote en todo el rostro la esencia concentrada de cariño, que, al parecer, es más eficaz que el propio Cupido.

¿Qué quieren que les diga? A mí esto me suena a puro marketing. No es que dude de mi amigo pero, sinceramente, lo que se me antoja más difícil no es meter sentimientos en cajas sino fabricarlos. ¿De dónde sacan las materias primas?... Para obtener «Felicidad», por ejemplo: ¿Qué hacen, van al Tíbet y le exprimen la toga al Dalai Lama? O para conseguir «Tesón» ¿agitan a un puñado de emprendedores de Silicon Valley para que decanten ímpetu? La verdad: la idea es original pero un pelín complicada de llevar a la práctica. Además, sería imposible montar franquicias. Las «prioridades sentimentales» en absoluto son las mismas en todos los países. En Addis Abeba, pongamos por caso, un litro de agua es más importante que un kilo de ilusión -porque si no tienes agua ya te pueden regalar toda la ilusión del mundo-, y al revés: aquí un litro de agua no nos llega ni para lavarnos los dientes, mientras que la ilusión anda muy buscada (que se lo pregunten a los líderes europeos cada vez que oyen a Trump).

Otro problema que tendrán los dueños de «Feeling» será fijar una buena relación calidad/precio del producto, porque claro, ¿cuánto duran los efectos de los sentimientos una vez que se destapan? Y pienso en el más importante: el respeto (me viene a la mente porque estamos a principios de año y la abominable estadística de la violencia machista ya ha comenzado a contar víctimas). Y otra cosa: ¿Cómo se aplican estas sustancias?: ¿uso tópico, estilo cremas, o fumigamos el ambiente? En el segundo caso, propongo que las instituciones públicas inviertan en ello, y luego, con drones o ingenios parecidos, esparzan por ciudades y pueblos los sentimientos a modo de lluvia. Siempre habrá alguno que dirá: «Mexan por nós e dicimos que chove», pero la mayoría estará de acuerdo en que una atmósfera llena de buenos propósitos no molesta a nadie. Resumiendo: ya saben, cuando vean la tienda entren disimulando, como quien no quiere la cosa, y presuman de espíritu. Con «Feeling», ¡sentimientos a precio de saldo!

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