Opinión

Tapar agujeros

Cuando nos toca un premio y nos preguntan qué vamos a hacer con el dinero la respuesta suele ser: «Tapar agujeros». Es lo típico. En ocasiones también decimos lo del coche o lo de la hipoteca…, pero nunca hablamos de destinar dineros a un proyecto solidario (este es un agujero insondable que nos marea con solo asomarnos a él). Por eso, pero para no entrar en detalles, lo normal es que acudamos al latiguillo de los agujeros.

Entonces me imagino nuestra vida como un colador, toda llena de agujeros. Y al igual que un fontanero impermeabiliza tuberías, nosotros tapamos con billetes nuestros excesos, pero pocas veces cubrimos con cola de «mesura rápida» esos mismos agujeros para no caer de nuevo en la tentación.

También ocurre a veces que de tanto zigzaguear entre cráteres vamos y nos caemos en uno, y si es grande ocurre lo inevitable: no hay asideros que nos eviten tocar fondo. Entonces sí, reseteamos la mente como cada 1 de enero con el Síndrome del Nuevo Año y nos planteamos ser mejores personas (aquí sí cabría el asunto solidario, pero llega tarde porque ya no nos queda un chavo). Pero, a lo que iba: nada más tocar fondo hacemos propósito de enmienda y prometemos que seremos previsores y que cambiaremos el colador por el aislante, para que nada perfore nuestra existencia y nunca más tengamos que tapar agujeros.

Lo malo es que, debido a nuestra condición humana de debilidad, en nada que empezamos a escalar y sacamos la cabeza, con la primera bocanada de aire contaminado de euforia, decimos: «¡A la porra: a vivir, que son dos días!» y añadimos: «Dios aprieta pero no ahoga», y claro, así cualquiera. ¡A mí la luna con sus cráteres, que me los meriendo a todos! Y vuelta a tirar alegremente de la cartera.

Por eso me parece muy bien que la gente tape agujeros con dinero. Porque así, entre brindis con champán y abrazos de llegada de aeropuerto, nos montamos con Aladín en su alfombra y volamos rasante sobre Villa Sueños. ¿Qué nos esnaframos de nuevo? Pues nada, tiramos de refranero: «La esperanza es lo último que se pierde» o «No hay mal que por bien no venga», y asunto arreglado.  Al ir en todoterreno y sobrados de combustible, ¿quién dijo miedo? Y tranquilos, que para casos extremos de estrepitoso fracaso siempre nos queda el Summun Consolatio: «La vida es así», imbatible analgésico contra el desconsuelo.

Por eso, estos días, en plena cuesta de enero, echamos mano del refranero que da gusto. Y no se consuela el que no quiere: ahora que pronto el Reino Unido nos va a dejar más tarta; que estamos más sanos que nunca (por lo de la lotería no acertada), y que acabamos de lucir nuestras dotes de mercadotecnia en las rebajas, ahora, digo, es buen momento para agarrar la azada (o sacho, dito entre nós) y cavar agujeros económicos en nuestras trincheras. No teman, los bancos acudirán a nuestro rescate. Creo que van a abrir las cajas fuertes en horario de atención al público y organizar visitas guiadas al búnker, para repartir allí los excesos de las cláusulas-suelo. Me lo ha dicho Aladín.

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