Opinión

Tesoros de playa

Una vez me compré un detector de metales, de esos que parecen una muleta con un plato en la punta. Vienen con auriculares, para que puedas concentrarte en el sonido del tesoro: si encuentras algo de valor como monedas, oro o plata, se oye límpidamente un pic, pic... Pero si descubres la anilla de una lata de refresco, por ejemplo, suena un poc, poc… Los que fabrican estos ingenios dicen que es para evitar que te pases el día con la espalda doblada y haciendo agujeros con la palita.

Viene esto a cuento de las vacaciones, con las playas llenas de gente, de toallas, de crema solar, de colillas, de hamacas y de sillas de plegado inimaginable. También hay cacharritos, inflables, conversaciones banales, en fin, lo que toca en este momento del año.

Y me he acordado del detector porque el otro día vi a un hombre en una playa, al caer la tarde, concentrado en la búsqueda de objetos perdidos. Yo me había comprado el mío para satisfacer mi curiosidad arqueológica. Con él me iba al monte, sin rumbo fijo, y mientras hacía oscilar el aparato fantaseaba pensando en hallar una ciudad perdida, algún castro que no figurase en los mapas, influenciado, sin duda, por mis excursiones infantiles a Castromao.

Pero, a lo que iba: ahora que viene el verano y que muchas personas perderán monedas, joyas y otras cosas en las playas, aparecen también los “mercenarios del detector”, personas que, como gaviotas, emergen al final del día intentado sacar tajada del descuido humano.

Mi pudor me impediría entregarme a semejante prospección playera. Solo de pensarlo me sonrojo. Lo mío con el detector era más bien una fantasía arqueológica, un deseo histórico; sabía que no iba a encontrar ninguna ciudad perdida, pero la ilusión superaba siempre al argumento racional.

Bien distinto es lo que piensa el “buscador del litoral”. Apertrechado a la última, el tío se patea la playa como un Robinson en su isla, impasible a los curiosos, haciendo pocitos en la arena. Igual que un perro, busca, escarba, remueve y al saco… Desconozco cuántas joyas encontraría, pero al verlo así, tan entero en su ansiedad, sentí una vergüenza ajena irrefrenable. Las vacaciones son sagradas y profanar esta suerte de cementerios estivales no me parece correcto. Los detectores, como las bicicletas, también son para el verano, pero hacerle autopsias a la playa es como cobrar entrada para ver la puesta de sol. Walking on sunshine…

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