Opinión

Tocar el timbre

Ahora ya no venden enciclopedias por las casas. ¿Será que nuestra desconfianza por la mirilla ha rebasado todos sus límites? Vaya usted a saber. 

Lo cierto es que la venta fría ha decaído. Ya no nos visita «nuestra» distribuidora Avon, no hay mormones, ni seguros. La tecnología los ha sustituido a todos por una voz que te entra por el oído a través del móvil: nada más conectar te espeta un par de preguntas y tú ni te enteras que te ha birlado información sensible, de esa que ampara la protección de datos.

La última vez que me asaltaron comercialmente me anticipé y dije que no me interesaba. La chica, muy amable, sonrió: «Pero si todavía no sabe qué voy a ofrecerle», a lo que yo repuse: «Lo que no me interesa es que me ofrezca nada».

Dicho así suena fuerte. Pero no crean. Al salir de su asombro, la vendedora se resignó y ambos nos despedimos cordialmente, tras lo cual ella salió de mi oreja.
Pero estas técnicas telefónicas no tienen nada que ver con el cara a cara que se vivía en el rellano con el vendedor de turno. Una pena. Hoy, hasta para comprar eres un número. 

Por eso me alegré el otro día cuando un chico llamó a mi puerta, maletín en ristre. Vendía solidaridad. Bueno, no exactamente; más bien quería 15 euros para no sé qué ONG de no sé qué país. Quizás fuese cierto. Pero yo dudé. Me mostró incluso un folio plastificado, con logotipos y firmas, y añadió que 15 euros divididos entre los días del mes no suponían nada. Finalmente, me puso como ejemplo que él colaboraba con tres ONG. «O sea, 45 euros al mes», dije yo. «Sí, más o menos», respondió. 

Yo lo felicité pero no cedí: «Es que así, de sopetón, nunca tomo decisiones», fue mi evasiva.

De todas formas, cuando cerré la puerta valoré su intento y pensé que aquel chico tenía su mérito. En los tiempos que corren, tocar el timbre es poner a prueba la dignidad, y mucho más sabiéndote observado desde una mirilla. 
Creo que voy a pedir una pizza...

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