Opinión

Auria, donde tantos amores surgieron

En estas evocaciones ourensanas abro hoy un capítulo especial, que merecerá más de una entrega. En la lejanía de ese Ourense de mi juventud, de todos aquellos fantasmas que me asaltan y nutren los recuerdos, me emocionada especialmente recordar el punto de la calle del Paseo, donde se encontraba la “Sala de Fiestas y Restaurante Auria”. Sé que muchos ourensanos lo comparten. Estaba en el ahora número 28, donde una discreta placa recuerda que estuvo allí, en un edificio ahora sustituido por otro. En las puertas de “Auria” había un cartel con la carta que sostenía un cocinero a tamaño natural, que era una invitación a entrar.

Pese a que apenas duró 12 años abierta, su recuerdo no perecerá nunca por la serie de historias que contiene. La sala fue inaugurada por el obispo Temiño (cosa que nunca pude imaginar posible) el 28 de abril de 1960 y se abrió al público dos días después con una gran gala de espectáculos y baile. Cerró en verano de 1972. Era propiedad de varios socios, pero la dirigía don Luis Ramón Blanco, dueño de la famosa y recordada juguetería cercana (Bazar Blanco), quien se encargaba, entre otras cosas, de cuidar de que faldas y escotes de las artistas se mantuvieran dentro del recato que imponían las circunstancias de aquel tiempo.

Antes de seguir, he de agradecer a la doctora Blanco, cuidadora y resguardo de la memoria de la familia de su querido apellido, la generosidad y paciencia con que me ha atendido para la redacción de este artículo, proporcionándome valiosa documentación que con su permiso compartiré con ustedes, a partir de esta primera entrega introductoria, porque hay mucho que contar.
“Auria” era una sala de fiestas grande, espaciosa, decorada al estilo que imperaba en los años sesenta a la que se accedía por una especie de escalera amplia escalera que conducía a dos niveles.

En la inferior estaba la barra a la izquierda de la entrada. La primera planta era como una especie de balconada alrededor de la pista, también con mesas. Pero las chicas y los chicos que nos queríamos relacionar no nos movíamos del espacio inferior. Arriba solían colocarse parejas o jóvenes solteras pero que ya estaban en la edad de casarse o de pretenderlo. Con frecuencia, los osados subíamos a ver si había suerte. La pista, muy espaciosa, estaba en el centro del local.

Recuerdo que tenía dos programaciones, una durante la semana y otra de fin de semana o fiestas, que era cuando venían los artistas de cierto nivel. Yo vi pasar por allí a todos los de aquellos años finales de los sesenta y primeros setenta: Mari Trini,  Karina, Julio Iglesias, MIkaela, las Hermanas Benitez, el Dúo Calatraba, el Dúo Dinámico, aparte de vedettes de revista y cabaret y cantantes menos conocidas que empezaban la carrera. Y sobre todo, “Auria” contaba con una excelente orquesta de profesores de la plaza, entre ellos recuerdo a un fenomenal saxofonista con bigote, cuyo nombro no recuerdo, y que hacía doblete con “La Bilbaína”, otro recordado establecimiento del que ya he hablado.

Yo tenía la suerte de disponer de un pase de entrada libre, ya que por ser redactor-locutor de Radio Popular tenía un acuerdo con los propietarios: Yo entrevistaba a todos los artistas que actuaban allí y lo emitía en la radio, de modo que le servía de publicidad y reclamo. Con los famosos no hacía tanta falta, pero ayudaba a que los menos conocidos a que se supiera de ellos. Era un compromiso, pero yo me las arreglaba para ir incluyendo en los diversos programas aquellas entrevistas.

Los otros dos periodistas con carné de pase libre eran Franjo y J.Noguerol. Pero la radio tenía más gancho popular.
“Auria” era un gran espacio de relación social, y según el ritual de la época nos relacionábamos chicos y chicas. Solía empezar la animación sobre las ocho de la tarde. Primero, la orquesta interpretaba diversos temas de moda, de aquellos que se bailaban enlazados, dentro de un orden, con el riesgo de que te pusiera “el freno de mano”, eficaz medida disuasoria si te pasabas de entusiasmo.

Del orden propiamente dicho se encargaba con enorme eficacia un camarero, llamado Pepe Rincón que, desde la parte superior, vigilaba que los chicos guardáramos la debida compostura, pero como queda dicho, las ourensanas ya se guardaban ellas solas de indebidas efusiones, hoy inocentes.

Los chavales solíamos arremolinarnos en la barra, echando un ojo discreto al personal femenino. De aquella todo el mundo pagaba la entrada, fuera chico o chica, que no incluía la consumición que se pagaba aparte. Las chicas se sentaban juntas, entre amigas, en las mesas situadas alrededor de la pista de baile. Cuando veías una chica que conocías o que te gustaba, te acercabas y le pedías que bailara contigo. Unas veces te decían que sí, otras que no.  Pero por lo general, las ourensanas eran bastante accesibles y atentas. Si no eras conocido, las chavalas se consultaban en cónclave aconsejando o no a la requerida que saliera a la pista con el pretendiente.

Si la chica te gustaba, y como entonces la iniciativa era privilegio de los animales varones, tratabas de que, acabada la pieza, en lugar de que volviera a sentarse, se quedara contigo. No era fácil, aunque más adelante la volvieras a sacar. Según el caso, probabas a entablar conversación con la momentánea pareja a ver si se la cosa prosperaba. No era fácil, insisto, la primera vez, pero sí que en otras ocasiones, en la medida que te fueras haciendo conocido, pudieras pasar la tarde con la misma, lo que te obligaba, si no eras un agarrado a invitarla a algo. 

De estos rituales repetidos podían salir noviazgos o amistades. Dependía. Muchas veces he pensado qué hubiera ocurrido si no me hubiera ido de Ourense, pues sin duda recuerdo y creo que me recordarán alguna de las ahora respetables señoras que fueron mi pareja en aquellas inolvidables tardes de “Auria”. Todavía conservo algunas amistades a las que ahora quiero evocar con cariño.

En aquellos días evocados, cuando las cosas iban mejor en la pista, paraba la orquesta y empezaban las actuaciones, más de una vez lo he lamentado. La chica te dejaba y se iba con las amigas, a no ser que ya tuvieras confianza para que se quedara contigo, era raro. A veces estabas deseando que acabara el “show” para volver a lo tuyo, lo malo es que cuando terminaba la actuación había un descanso y casi era hora de volver a casa.
Ya de noche, la chavalada desaparecíamos de “Auria” y la clientela se convertía en viajantes de comercio y matrimonios. Los domingos y festivos recuerdo las sesiones vermut, pero no era lo mismo ni el mismo ambiente que el de las tardes.

Otro día seguiremos contando otras historias de cómo fue en su tiempo una de las mejores salas de Galicia y de España.

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