Opinión

El singular alcalde y general Cuevillas

Entre los diversos alcaldes peculiares que ha tenido la ciudad de Ourense emerge con fuerte personalidad la del general de brigada de Infantería Enrique Alonso-Cuevillas Crespo, hombre de breve mandato (1962-1963), pero suficientemente rico en anécdotas para poder ser calificado de muy singular. Había sucedido a Ramón Taboada de Zúñiga Salgado y tuvo como sucesor a David Ferrer Garrido (1963-1970). Eran los tiempos en los que a los alcaldes de las capitales de provincia los designaba directamente el ministro de la Gobernación (hoy Interior), Camilo Alonso Vega, y al resto el gobernador civil.

Venía Cuevillas de un cargo anterior, el de gobernador militar de la plaza y provincia de Lugo y, sintiéndose más general que alcalde procuraba con frecuencia delicadas situaciones y conflictos de protocolo, pues poco afecto a las hechuras del traje civil, gustaba de comparecer siempre de uniforme. Había ascendido a general en 1957 y tres años después pasó a la reserva, pero siendo su deseo quedarse en Galicia no se le encontró mejor acomodo que la alcaldía de Ourense.

Buena persona y buen jugador de ajedrez, tenía por compañero de partida al pintor Luis Trabazo, quien en la guerra civil obtuviera la “Medalla Militar Individual”, la más alta condecoración militar tras la Laureada. Trabazo, sabedor que lo que estiman los militares estas medallas, solía bromear con su amigo general, de modo que si la partida le era favorable, a medida que el juego avanzaba lo iba rebajando de rango y le decía cosas como éstas: “Mueve, mueve, mi teniente coronel”…. Y así hasta el final, con el riesgo de que el general acabara la partida de simple soldado. Por cierto que, como me contaba Carlos Casares, a Trabazo le salvó de las consecuencias de algún que otro incidente su Medalla Militar, especialmente uno que tuvo en el metro de Madrid con un comandante del Ejército, quien tuvo que envainársela al saber que el alférez Trabazo posía la famosa cruz.

Era Cuevillas persona algo despistada y con graciosos lapsus del lenguaje, algunos memorables, como aquella vez que, desde el balcón del Ayuntamiento, en no sé qué arenga con motivos de las fiestas y un incidente en el Miño bramó: “¡Traidores, que se ahogó un paragüista y nadie me dijo nada”. O cuando andaba danzando por España el brazo incorrupto de Santa Teresa, le correspondió recibirlo en nombre de la ciudad. El relato de cómo él personalmente lo encontrara fue épico. Recuerdo que empezaba: …“Porque cuando yo y mis hombres llegamos a aquel convento profanado por los rojos, encontramos el brazo incorrecto (SIC) de Santa Teresa”.
Pero lo mejor de sus ocurrencias era cuando se olvidaba que solamente era un general en la reserva y que a un alcalde no le corresponden honores militares. El más grave de estos equívocos lo protagonizó con el entonces joven capitán Manuel Freire Conde, quien a la sazón mandaba la compañía de honores de Infantería, que tenía que escoltar la procesión del Corpus por las calles de Ourense.

Estaba formada la tropa delante de la catedral, a la espera de que se iniciara el cortejo, en tanto iban llegando las autoridades. Cuando lo hizo Cuevillas, vestido de general, el capitán Freire (cariñosamente motejado “Conacho”, por ser ferrolano y usar este apelativo por su parte con todo el mundo) mandó firmes y –sin tener obligación para ello- se acercó al Cuevillas y le dio la novedad (que siempre es que no hay novedad) por cortesía. Cuevillas no se dio cuenta de que su rol era otro, y ordenó al entonces joven capitán que mandara a la banda tocar la Marcha de Infantes, porque quería revisar a la tropa. ¡Terrible situación para cualquiera! Pero Freire, que era oficial de academia, sabía el terreno que pisaba:
“Vuecencia es el alcalde, y yo sólo tengo que rendir honores al general gobernador militar en plaza”.

La tensión iba en aumento, porque uno exigía y el otro no concedía. Menos mal que, en eso, llegó el gobernador militar (que creo recordar se apellidaba Girón y era de Caballería) por lo que Freire se dirigió a él, mandó firmes y toque de Marcha de Infantes, y el general en activo pasó revista. Salió la procesión y se acabó la historia. De no haber sido firme el capitán Freire el incidente podría haber acabado mal. Además, en el Ejército, si se rinde honores uno no se rinde a otro, y en este caso, cuando salía el Santísimo se acabaron los demás honores.
Me contó la historia el propio Manuel Freire Conde, recordado amigo. Por cierto que el mismo Cuevillas protagonizó otros incidentes de protocolo, quizá porque nunca asumió que sólo era el alcalde, aunque acudiera a todas partes de general. Buena persona, pero algo despistado.

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