Opinión

La agonía de un sistema

Es posible soportar tanta putrefacción? ¿Hay una degeneración del sistema, o este es víctima de sus propias contradicciones? Intentaré en mi análisis no centrarme solamente en los casos de corrupción, como exponentes de una sociedad en crisis, sino en la carencia de referencias éticas a la hora de enfrentarse con la amoralidad del sistema económico sobre el que pivota el desarrollo de los estados.

Para Aristóteles, la ética y la política son ciencias prácticas, que guían el recto comportamiento de los seres humanos, cuando estos son capaces de decidir libremente sobre sí mismos. Se deduce de ello que para ser ético se ha de ser libre y que la acción política ha de desarrollarse asimismo en libertad. Se pueden excluir de un comportamiento ético aquellos que no tienen cubiertas sus necesidades elementales para sobrevivir. Pero nunca es justificable la carencia de ética en aquellos que ejercen la actividad política en un sistema democrático, pues ostentan la representación de los ciudadanos. Cualquier ser humano posee una serie de valores y normas que limitan su instinto depredador, sobre todo en una civilización como la nuestra, impregnada de pensamientos que determinan una moral que cimienta la sociedad de derecho.

Una sociedad huérfana de valores éticos que controlen las ilimitadas ansias de posesión del ser humano, educado para producir y consumir sin fin, es un campo abonado para corromper los espíritus y comprar voluntades. Poco a poco, sin pausas, inexorablemente, la corrupción se va introduciendo en las estructuras de los países, pervirtiendo las relaciones de los ciudadanos con las instituciones. México es el ejemplo extremo de la derrota de un país ante el poder del dinero del narcotráfico; controlado por mafias cuyos tentáculos están incrustados en lo más profundo del aparato del Estado. China tiene, como país, una estructura corrupta donde millones de campesinos viven en condiciones miserables, mientras aumenta el número de millonarios que explotan a sus trabajadores en los límites de la esclavitud. En la India mueren de hambre miles de personas, mientras aumenta el número de ricos. Podía seguir citando países donde la estructura del estado, no protege a los más necesitados y sin embargo ampara a las clases económicamente poderosas.

La realidad es que vivimos en un mundo globalizado donde se imponen las leyes del comercio sin otras restricciones que las que dictan los mercados. Cualquier sistema político es válido si cumple con el rol que las superestructuras del poder le asignan. Como un inmenso puzzle, cada pieza ha de encajar en su lugar; las anomalías se corrigen, casi siempre, al margen de los Derechos Humanos. Para alcanzar el éxito, es imprescindible controlar recursos, y el que llega a tenerlos puede ser admitido en los selectos círculos del poder. Son los poseedores de las grandes fortunas las referencias de las masas, ansiosas de consumir lo mejor y disfrutar del lujo igual que disfrutan los escogidos miembros de la nueva aristocracia.

Pero en España, ¿qué pasa en nuestro país? No podemos olvidar que nuestro actual sistema constitucional es fruto de un pacto entre los herederos de una dictadura corrupta (como todas las dictaduras) y las fuerzas políticas democráticas. Fruto de esa transición condicionada (posiblemente la única posible) surgió una lasitud en la necesidad de ejercer los principios de ciudadanía como elemento primordial en la relación entre estado e individuo. Para reforzar a los partidos políticos, a las organizaciones sindicales y empresariales, imprescindibles para consolidar la democracia, se sobredimensionó su poder orgánico al margen de los controles independientes del estado. Esta situación generó, a lo largo de los años, la sensación de impunidad de algunos dirigentes carentes de ética, pero con apoyo popular o institucional, imprescindible para mantenerse en el cargo.

Hoy, nuestro país es víctima de una crisis económica sin precedentes, que castiga a las capas menos favorecidas de la sociedad, llevando a la marginalidad a millones de ciudadanos. Mientras, surgen cientos de casos de corrupción entre aquellos que tenían que velar por el bien común, acentuándose el divorcio entre la clase dirigente y el pueblo, que llega a repudiar a las estructuras democráticas por ineficaces y corruptas; y cuando esto sucede cualquier aventura totalitaria puede surgir como única terapia para un sistema agonizante. Yo aconsejaría que urgentemente se empiece a releer a Aristóteles, Platón y Kant.

Te puede interesar