Opinión

Crueles con poder

La crueldad no es patrimonio de una raza, de un país, de una ideología o de una religión; es el fruto del egoísmo del ser humano que busca satisfacer sus instintos más abyectos sin importarle las consecuencias de su maldad. Los que practican la crueldad lo hacen pensando que sus crímenes van a quedar impunes; gozan haciendo sufrir a todo ser vivo que caiga bajo su dominio e influencia. En la familia son violentos, agresivos y castigan brutalmente a los más débiles especialmente a sus hijos y ancianos. En el trabajo suelen ser solitarios, intolerantes y malos compañeros; como vecinos, son conflictivos y destructivos.

Pero, ¿qué sucede cuando un ser cruel alcanza el poder político y militar? La historia está llena de personajes que convirtieron en un infierno la vida de sus semejantes, disfrutaron de su maldad y regaron con la sangre de sus víctimas sus ambiciones de poder. Los nombres de Adolf Hitler, José Stalin, Pol Pot, Francisco Franco, Benito Mussolini, Mao Zedong, Idi Amín, George W Bush… se significaron en el siglo XX por sus crímenes contra la humanidad. Como lo hicieron en tiempos pretéritos: Leopoldo II de Bélgica (el mayor asesino del género humano), Victoria I del Reino Unido, Iván el Terrible, Felipe II, Tamerlán, Genghis Khan, Carlomagno, el papa Urbano II, Alejandro Magno, Gilles de Rais, los conquistadores Hernán Cortés y Pizarro, el césar Calígula… y un interminable número de emperadores, reyes, papas, militares y líderes carismáticos. 

He citado a un casi desconocido, entre monstruos recordados porque sus víctimas se cuentan por millares, el noble francés Gilles de Rais, compañero de armas de Juana de Arco, feroz guerrero y ferviente cristiano. Este personaje violó, asesinó y torturó a cientos de niños y adolescentes en orgías diabólicas durante varios años con absoluta impunidad. Hay una frase que pronunció durante el juicio que le sentenciaría a la pena capital, que define el grado de maldad y perversión que almacenaba en su alma corrompida: “Yo soy una de esas personas para quienes todo lo relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo… Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla”. 

Hoy las atrocidades se siguen cometiendo: pederastia, violencia machista, guerras, xenofobia, racismo, explotación de los débiles, represión al inmigrante, genocidios… Pero entre todas las maldades sobresale por su crueldad la tortura y el maltrato a la infancia y, sorpresivamente, el presidente del país más poderoso de la tierra actúa como un emulador del desalmado Gilles de Rais, versión siglo XXI en un país teóricamente democrático, me refiero a Donald Trump. Este no ha dudado en separar a los niños de sus padres, por el mero hecho de ser “culpables” de haber entrado en EEUU clandestinamente. Ante el clamor de indignación provocado por su crueldad se ha visto obligado a rectificar su inhumana decisión; pero su deseo era gozar del sufrimiento de las inocentes criaturas y demostrar su catadura moral. Siento que no haya sido un Borbón quien con valentía y honor le haya recordado que existen los “derechos humanos” y la obligación que todo líder democrático tiene de defenderlos y acatarlos.

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