Opinión

Felipe ¿versus Abrahán?

Y Dios dijo: “No te llamarás Abrán, sino que tu nombre será Abrahán… Te haré inmensamente fecundo… Circuncidaréis la carne de vuestro prepucio y esa será la señal de mi alianza con vosotros…” (Gn 17, 5-11). “Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac, ve a la región de Moria, y ofrécemelo allí en holocausto” (Gn 22, 2).

He oído a Jorge Vestringe una afirmación sobre Felipe González que me ha parecido distinta de todas aquellas críticas que he escuchado sobre la figura del ex presidente socialista: afirmó que padecía el síndrome de Abrahán. ¿Qué razones han impulsado al reconvertido ex secretario general de AP para identificar a Felipe con el viejo patriarca? ¿Será porque todos aquellos que han detentado un gran poder no pueden soportar el dejar de ser referencia principal en cualquier asunto que fuera objeto de sus anteriores responsabilidades? ¿O tal vez será porque es muy difícil envejecer y ver que los jóvenes prescinden de sus consejos o más bien requerimientos?

Felipe González es un superviviente de los estadistas que ha tenido la transición española, su pragmatismo institucional lo sitúa al margen de su ideología, y su actual estatus social lo aleja de sus orígenes de joven luchador por la utopía de una sociedad más igualitaria. Sus análisis políticos son teóricamente impecables, pues son el reflejo de un observador frío y distante de los problemas individuales que afectan a los más desfavorecidos y le permiten, como a cualquier viejo, emitir juicios sin carga emocional que entorpezca sus consecuencias. Al igual que Carrillo, Fraga, Tarradellas o Fernández Miranda, su mirada refleja su férrea voluntad de estar a la altura que la historia le demanda, sin importarle lo inmediato y sí la trascendencia de sus decisiones.

Felipe González desprecia la mediocridad, no soporta la discrepancia en un plano de igualdad, necesita ser admirado y disfruta con la adulación. Le duele que le comparen con cualquier líder que pueda surgir y no desaprovecha cualquier ocasión para marcar las diferencias. Es tal su poder de persuasión que incluso sus adversarios reconocen la fuerza de sus argumentos y temen contradecirlo. Sus últimas declaraciones sobre la gobernabilidad de España han causado desconcierto, controversia y han servido para reforzar los deseos de la UE de garantizar la continuidad de las políticas de ajuste, que tanto daño han causado a los sectores sociales más desfavorecidos. A pesar de todo, a González hay que escucharlo, sus ideas políticas siempre marcan un estado de opinión que representa el sentir de influyentes poderes fácticos; lo peor es la pléyade de imitadores, que torpemente tratan de emularlo sin la solidez de sus argumentos, tal es el caso de Paco Vázquez, Leguina o Corcuera, por citar a tres ex que son el exponente del resentimiento de quienes han sido y han dejado de ser.

Pedro Sánchez respeta a Felipe, me atrevería a decir que lo admira; pero también es conocedor de la trascendencia de su decisión. Sabe que su tiempo político tiene fecha de caducidad inmediata si fracasa en su intento de lograr una mayoría que le permita gobernar. Rechaza su inmolación en aras de un “bien superior” y probablemente desoiga los consejos de “Abrahán” , aunque lo admire como viejo patriarca.

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