Opinión

Herida profunda

Un sentimiento extraño emanaba de lo más recóndito de mi ser cuando observaba al presidente del Gobierno de España declarar como testigo en un proceso siniestro y deplorable. Cerré los ojos y mi pensamiento me retrotrajo a los momentos en los que el viejo dictador, Francisco Franco, agonizaba en una cama del Hospital de la Paz. La imagen era patética y esperanzadora; todos pensamos que aquella muerte representaba el renacer definitivo de la democracia en nuestro país. Democracia por la que se habían sacrificado miles de hombres y mujeres que se negaron a ser ovejas en un redil gobernado por un lobo; vana esperanza, ¡qué lejos nos encontramos de alcanzar tan ansiada utopía!

 ¡España!, tan odiada y tan querida, tus campos están sembrados por la sangre de tus hijos. Tú, que representas lo mejor y lo peor de una historia contradictoria, llena de hechos heroicos y felonías espeluznantes, hoy observas con indignación la humillante imagen de un presidente sometido a las sospechas de haber consentido y participado en una trama corrupta que socava los cimientos del, ya de por sí, débil sistema democrático. 

 Mariano Rajoy llevaba la lección aprendida, respondía a las preguntas de los letrados con socarronería y arrogancia. Eludió hábilmente sus responsabilidades, definió lo que a su juicio son las competencias de un dirigente político, pero fue incapaz de trasmitir confianza y dignidad. Es tal la podredumbre que emana de su organización que provoca la duda sobre el resultado de las urnas. 

 Pero el esperpento carpetovetónico al que estamos asistiendo tiene más protagonistas: la deriva pseudofascista del independentismo catalán; la inoperancia del Congreso; la lentitud de la Justicia; la negligencia del Banco de España; la impunidad de los maltratadores; la manipulación mediática; la corrupción holista, fundamentalmente del sistema financiero; el deterioro de los servicios; la transformación de la familia…

 Me duele España, vilipendiada por unos, secuestrada por otros, prostituida por el mercado, paraíso de extraños, deseada y repudiada. La herida profunda de los “patrioteros” de turno tardará en cicatrizar, pues la ponzoña es de tal toxicidad que solo una agresiva cirugía podrá extirpar el daño causado. 

 Confío en el renacer de nuestro país, en el compromiso de la juventud con el futuro, en la capacidad de regeneración de una nueva España. ¿Confío o necesito confiar? No quiero pensar que el sacrificio de los mejores ha sido infructuoso; el pueblo español se ha recuperado de heridas más profundas; nuestro patrimonio cultural es exponente de grandes períodos de gloria y esplendor, y a pesar de un abúlico y consentidor presidente, el sentimiento democrático dejará, algún día, de ser una utopía.

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