Opinión

Incertidumbre del Caos

Un zumbido constante indicaba el buen funcionamiento del laborioso enjambre; miles de abejas cumplían eficazmente con su misión y cada una de ellas sabía que la colmena estaría a salvo si no había fisuras en el trabajo colectivo. En una purga selectiva ya se habían eliminado a los zánganos, innecesarios una vez que hubieran cumplido con su cometido de copuladores reales. Su ejecución se había hecho limpiamente y sin remordimientos que entorpeciesen la actividad laboral de cada trabajadora. Todo estaba perfectamente planificado por la mente colectiva, no había fisura alguna; la naturaleza dictaba sus normas y no había otro camino que cumplirlas sin objeciones, así llevaba ocurriendo desde tiempos inmemoriales. Pero de pronto una anomalía surgió cuando una obrera se negó a recoger el polen de una hermosa rosa salvaje, que ofrecía su preciada mercancía a cualquier insecto polinizador que garantizase su continuidad en el tiempo. La abeja rebelde fue inmediatamente objeto de la ira de sus compañeras, perplejas de tan insólita conducta; se inició una frenética persecución por la selva inexpugnable del reino de lo inmutable.

El líder callaba, su silencio anunciaba una profunda tristeza, su obligación era cumplir con los designios de la colmena. Ejecutar al traidor, torturar y degradar su honorabilidad era el castigo por tan ignominiosa falta. Los islotes donde asentaba su poder exigían la inmolación del renegado y él, como regente del paraíso soñado, tenía que ser firme; sus apoyos esenciales así lo exigían. El dorado era una pieza codiciada que merecía todos los sacrificios, la sentencia estaba dictada: muerte al traidor.

En el hormiguero, próximo al enjambre, observaban con inquietud la crisis de la colmena. La llamada al desorden se extendía como un fuego abrasador por todas las agrupaciones de insectos. Las humildes obreras se negaban a seguir trabajando sin un salario que pagara sus desvelos laborales. Fue una, luego dos, después cuatro, luego ocho y en una progresión geométrica imparable se alzó todo el hormiguero. A continuación otro hormiguero, otra colmena y otra, otra...

El líder estaba estupefacto, sus órdenes fueron cuestionadas, el traidor contaba con muchas influencias en el archipiélago del inmenso océano. Primero fue una dimisión, después una llamada a la reconciliación, más tarde una petición de amnistía, luego un indulto, más tarde un clamor solicitando la libertad absoluta dentro de la discrepancia caótica. El líder lloraba, su manto protector se derrumbaba inexorablemente, el archipiélago era ingobernable.

La reina de las abejas tuvo un multiaborto, sus huevos se secaron y las larvas, sin recibir comida, se extinguieron por inanición; el fin de la especie anunciaba un mundo sin esperanza. Su homónima en el reino de las hormigas trataba de convencer a su menguado ejército para que se incorporara a la rutina que había funcionado durante millones de años. Inútil ruego

La extorsión había triunfado, la complicidad de delincuentes, políticos corruptos, autoridades corrompidas, ambiciones insatisfechas, felonías y traiciones, y con la inocente colaboración de los amantes de la libertad absoluta, habían llevado al mundo a una entropía donde el caos acabaría por reproducirse sobre sí mismo eternamente.

¿Qué sería de nosotros si las abejas y hormigas dejaran de cumplir con su misión?

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