Opinión

La venganza de Hefestos

Pasan los minutos, las horas, los días y la página continúa en blanco. Un blanco acusador, reflejo de la nada que invade el pensamiento. Los recuerdos se diluyen en una niebla persistente, delatora, agresiva y terrorífica; las tinieblas invaden el hogar de la luz y un grito desgarrador anuncia el comienzo del fin. Un humo espeso se extiende como el manto de la muerte, los ojos se enrojecen, un lagrimeo persistente trata de evitar lo inevitable, la ceguera del hombre. Miles de de seres son devorados por un fuego infernal fruto de la avaricia de la humanidad, es el resultado de la pócima del mal que envenena las entrañas de los advenedizos de la Tierra.

 Galicia arde. La costa, las montañas, los valles, los pueblos, las ciudades, la vida salvaje, los animales domésticos. Nada ni nadie se libra del efecto devastador del fuego. Como espectadores aterrados observamos cómo descomunales incendios, que semejan ríos de lava, iluminan el paisaje. El verde Edén es pasto de las llamas que la devoran en un frenesí incontenible; la negligencia de unos, la pasividad de muchos, la felonía de los amantes del dinero, la victoria del olvido, la complicidad de los que disfrutan con el mal y sobre todo la ineptitud interesada de quienes detentan el poder se alían para destruir la identidad de esta hermosa tierra que hemos heredado de nuestros antepasados y que nosotros no hemos sabido conservar para nuestros descendientes.

California, Australia, Chile, Grecia, Portugal, España… nadie se libra del “espectáculo” doloroso de la voracidad del fuego. En una planificación destructiva la humanidad cava su propia tumba, ha roto el pacto con la naturaleza que garantizaba la supervivencia de la especie. El cambio climático, la contaminación del aire, la extinción de las especies, la escasez del agua potable, la manipulación genética, el uso de combustibles fósiles, la energía incontrolada, las desigualdades sociales, el deterioro de los océanos, la escalada armamentística… anuncian el Armagedón final.

Empiezo a creer que es la venganza de Hefestos, profundamente irritado por la rotura del pacto, nunca escrito pero siempre respetado, de la humanidad con la naturaleza. Las viejas civilizaciones adoraban al fuego como fuente de vida. Hoy se revela y nos recuerda su inmenso poder. 

La página pierde su blancura, las letras surgen como hormigas de una colonia infinita. La memoria ejecuta su inexorable función y nos devuelve a una triste realidad, insensatos seres de ambición ilimitada que cavan su tumba en un ágape de antropofagia cavernaria. El fuego surge como elemento purificador de una humanidad olvidadiza y obscena. Somos mortales y seguimos expulsados del paraíso, y en nuestra ignorancia creemos haber dominado a las fuerzas de la naturaleza y éstas nos recuerdan nuestra insignificancia.

Deseo terminar recordándole al pueblo gallego una frase de Alberto Moravia (escritor y periodista italiano): “Curiosamente los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado”.

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