Opinión

Ritual fascista

El escándalo de los policías municipales de Madrid que utilizaron un chat de WhatsApp para manifestar su odio a la alcaldesa, Manuela Carmena, xenofobia contra todo inmigrante, admiración por Adolfo Hitler y una violencia agresiva contra todo lo que consideran “eliminable”; pone en evidencia la fragilidad de las instituciones públicas españolas en un tema tan delicado como es la seguridad ciudadana. Las medidas preventivas que garanticen el acceso a los cuerpos de seguridad de profesionales con claras convicciones democráticas es una exigencia en cualquier estado de derecho y su carencia pone en peligro la convivencia democrática. 

Históricamente la vinculación de sociedades secretas con los movimientos totalitarios se realizaba mediante rituales de aceptación del iniciado en el grupo subversivo. Así, el ritual nazi se hallaba en la “bandera de sangre” (Blutfahne). Debemos recordar que el color rojo de la bandera nazi era en memoria de los miembros de las SA que murieron en 1923 en un enfrentamiento con la policía alemana y su sangre tiñó de rojo la bandera de la esvástica que desde ese momento se convirtió en objeto de culto. En la Policía Municipal de Madrid, el ritual consiste en la utilización de un chat para identificarse con la ideología fascista y proyectar odio hacia todo lo que se desprecia. Sus miembros cuentan con el silencio cómplice de más de un centenar de policías que son sometidos por miedo o por afinidad ideológica (con la heroica excepción de uno de ellos que no dudó en denunciar la “conspiración” a pesar del riesgo que esto le supone). 

Es evidente que las crisis del capitalismo impulsan un populismo agresivo y sediento de venganza. Las masas buscan “justicieros” que les devuelvan los derechos que les corresponden como miembros de una patria y poseedores de una raza con raíces en la historia y culpan a unos advenedizos (inmigrantes y exiliados) y a sus protectores (las organizaciones progresistas) de los males que merman sus pretendidos y exclusivos “privilegios” y por eso ven con buenos ojos las acciones violentas de los defensores de los símbolos identitarios.

En España, el resurgir de las acciones de la ultraderecha es el resultado de sumar la crisis económica con el conflicto catalán, todo ello en un escenario dominado por la supuesta corrupción del partido que sostiene al Gobierno de la nación. La vinculación de ciertos miembros de las Fuerzas de Seguridad con los movimientos de la ultraderecha fascista está relacionada con la complicidad de determinados responsables políticos que siguen viviendo en las cloacas de los llamados “asuntos de estado”. 

La transición de la dictadura a la democracia no ha llegado a todas las instituciones del estado; sectores de la policía, de la Iglesia, de la judicatura, del CNI, de la universidad…, siguen anclados en el franquismo sociológico, amparados por intereses económicos de las clases más influyentes. Es urgente establecer un gran pacto social por la pureza democrática que garantice que los valores de convivencia no estarán sometidos a la violencia y arbitrariedad de los “servidores” del viejo ritual. De no ser así, la sociedad podría caer en la desesperanza que llevó a Clemenceau a decir: “¿Esperanza? ¡Imposible! ¿Cómo puedo esperar algo cuando ya no tengo fe en lo que me alzó, es decir, en la democracia?” (observación recogida por René Benjamín en su obra: “Clemenceau dans la retraite”). 

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