Opinión

Ahora que asoma el frío

En el principio, Dios creó el cielo y la tierra, y después empezó a hacer un frío espantoso y los chicos se liaron a palos en la cabeza para sacudírselo, y las mujeres empezaron a tirarse pieles de animales muertos por encima para abrigarse. También se pusieron lacitos en la cabeza, que no quitan el frío pero adornan, que a fin de cuentas es lo importante, tanto si sobrevives al invierno como si te vas a quedar congelada y pasar a la posteridad con aspecto de que la glaciación te cogió por sorpresa sin poder maquillarte. Ahora a todo esto le llaman casual con acento en la a, pero antes era simplemente que te había pillado el toro.

En el principio pero un poco después, la mitad de los varones murieron intentando calentarse golpeándose con troncos enormes. En ese aspecto la selección natural hizo un gran trabajo, porque si no ahora los hombres habríamos evolucionado para sobrevivir a los golpes en la cabeza, y nos habría crecido casco de obra encima del pelo, y así no hay manera de ligar el sábado noche, excepto que le tires los tejos a una grúa, pero casi nunca caen.

Y también en el principio pero mucho más tarde, llegaron Franco y los hermanos Marx, y luego todo el mundo se puso a cazar pokémons por las calles, y no sé qué de la penicilina, pero yo estoy seguro de que hubo algún orden en estos acontecimientos. Y de que ese orden de factores no altera el producto, porque lo único cierto es que sigue haciendo el mismo frío, y que no hay manera de calentarse los pies en la cama.

Y eso que alguien intentó solucionarlo a lo grande. No recuerdo el momento exacto en que ocurrió, quizá estaba despellejando a un mapache, pero alguien inventó la calefacción, y supongo que sería un troglodita de Atapuerca, porque en esa cueva hace un frío que no se puede ni de aguantá, como decimos los de Triana. Y a partir de las calefacciones centrales se fueron levantando edificios y ciudades alrededor, y un montón de tiendas de ropa de chica, hábilmente pegadas a las fuentes de calor, a donde acuden por instinto en cuando declina el verano. Y tampoco sé para qué se esfuerzan en instalar las tiendas de moda cerca del calor, si después les ponen ese aire acondicionado infernal, que sales de comprar con un montón de bolsas y una pulmonía por el mismo precio. Y la falda te la dejan devolver, pero la tos y los escalofríos ya te la quedas para todo el invierno.

Desde el inicio de los tiempos, la inclemencia del frío preocupa a los hombres, en particular, por miedo a que se les escapen todas las mujeres al Caribe, si no logran descongelar las tuberías de la calefacción antes de que llegue la siguiente nevada. El invierno en las ciudades del interior es esa estación que va pasando mientras los varones trepamos por las tuberías e intentamos romper el hielo a golpes con una llave inglesa, que es un modo como otro cualquiera de tener que llamar al fontanero. Y no pruebes lo del soplete, porque yo lo intenté una vez en los canalones congelados del jardín, y desde entonces lo que tenemos son canelones.

En casa de mis padres, marcaba el inicio de la estación gélida la escena de mi padre purgando los radiadores. Una operación incomprensible, fuera de toda lógica fontanera, que hace un ruido como de escape de gas, que mortifica los riñones, y que permite que al fin puedas comunicar al resto del vecindario que tus radiadores están purgados. Exclamarlo es algo enormemente reconfortante para un varón. Solo hay un placer comparable, y es la confesión de la gesta fontanera que hace que todos los hombres se sientan, al menos por una vez, realizados. Y dice así: "¡Cariño, ya funciona la cisterna!". Yo me lo digo a menudo frente al espejo, con sonrisa llena de dientes como la de Hannibal Smith, incluso aunque la cisterna no esté estropeada. Y además, si lo estuviera, no podría arreglarla, porque la psicosis feminista ha logrado que los fabricantes de váteres -todo un lobby- decidan sellar la tapa de la cisterna, de modo que cuando se estropea, los hombres de la casa ya no podemos quedar como Harrison Ford en Peligro inminente. Supongo que algún idiota ha pensado que eso podría hacer a las chicas sentirse inferiores, desconociendo que no se ha inventado aún la mujer inferior a un hombre. Pero por un hipotético machismo de cisterna de váter, el mundo entero ha consensuado que, si algo se tuerce en el baño, es mejor que todos vayamos a hacer pis a casa del vecino.

Si en verano los médicos aconsejan beber mucha agua fría para combatir el calor, es obvio que invierno deberían aconsejar beber mucho aguardiente para combatir el frío. Aunque luego al final hay que purgarlo también, igual que los radiadores, y yo no tengo ni idea de dónde está ahí la clavija que hay que retorcer con la llave inglesa, y no es asunto menor equivocarse en tan resbaladizo terreno.

Juan Espantaleón fue, además de una célebre figura teatral, un gran bebedor de agua. Calculo que sería uno de esos inviernos madrileños tan propicios a que todo fluya. Vaho y temblor. El actor conferenciaba agradecido ante lo más granado de Madrid, junto a la Gran Vía, en un acto en homenaje a su propia trayectoria, cuando se vio obligado a interrumpir su discurso para ir al cuarto de baño. Lo hizo minutos después por segunda vez, y el autor teatral Ramón Peña, que sabía de la costumbre de Espantaleón de beber cinco litros de agua al día, no dejó pasar la ocasión de retratar el momento:

Bebiendo agua no es manco
Y tiene una minina
Como una turbina
Que de conocerla
La inaugura Franco.


Quizá Espantaleón sepa dónde está la clavija.

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