Opinión

El año que vivimos haciendo selfies

He visto el culo de Kim Kardashian en un resumen de los acontecimientos más importantes del 2014. Supongo que es una manera sutil de manifestarse a favor del fin del mundo. Hay civilizaciones que han caído por cosas más veniales. Si ha llegado el tiempo en el que el culo de una señora es más importante para España que la muerte de Adolfo Suárez, y puede al menos equipararse a la abdicación del Rey, o bien están temblando ya las últimas ruinas de Occidente, o bien es que el culo en cuestión goza de cualidades extraordinariamente eminentes. Por ahora, la única aportación periodística al asunto es la que asegura que goza de botox. Pero aún así, y aunque se haya hecho famoso por sus funciones como mesa camilla para ofrecer el té a las visitas, cuesta creer que el trasero de Kardashian deba hacerse un hueco en el anuario de grandes sucesos del 2014, mientras no corra la misma suerte el tipo de Texas capaz de comer seiscientas hamburguesas en un cuarto de hora.

En otro resumen de la prensa española, que no está en crisis, he visto que uno de los acontecimientos del año es el paquete de Cristiano Ronaldo. No se trata, por supuesto, de su inexistente torpeza balompédica, sino de los generosísimos atributos íntimos que le ha concedido a su réplica en bronce el entusiasta escultor Ricardo Velosa. Si desde los tiempos de Miguel Ángel la discreción había sido el mejor amigo del escultor, Velosa decide ahora romper esos cánones en virtud de un homenaje de muy sospechosa intención, tal vez financiado por el propio protagonista, al que conocemos como gran jugador y poco amigo de humildades. De ser cierta la apuesta de Velosa, no debería Ronaldo pasearse tranquilamente por Tanzania, que sigue siendo la meca de los cazadores de elefantes, y ese blanco sí que sería noticia.

Como periodista no creo que haya nada más costoso que hacer un resumen del año. Es un drama cuando la vida te da a elegir entre la Pantoja en la cárcel o la muerte de García Márquez, que además no lo sabíamos, pero lo verdaderamente terrible no era la noticia, sino la soporífera y exagerada reacción del gallinero multimedia. Fue doloroso cuando la gente empezó a atribuirle citas de Pablo Coelho, aunque entra dentro de las cosas que te pueden pasar cuando te ha leído muchísima menos gente de la que se encuentra desolada y huérfana por tu muerte.

Un quebradero de cabeza, también, para la vieja rata de redacción, eso de tener que elegir entre el 9-N y las decapitaciones de los viernes del Estado Islámico. En realidad, Cataluña es lo más importante del mundo, e Irak está lo bastante lejos como para que nos importe un pimiento, aunque goza de esa mágica propiedad geográfica que le permite acercarse a España de golpe, cuando arriba en La Moncloa un presidente de derechas. Es como esos muertos a los que la gente llora muchísimo en las redes sociales, hasta que descubren que no son de los suyos, que la foto era falsa, o que son cadáveres de hace seis años, y se les cae el eslogan al suelo, y se les congelan las lágrimas por arte de magia. 

Si algo ha sido 2014 es el año del discurso ideal para un incipiente totalitarismo: la fotografía, el cartel, la idea de usar y tirar. La imagen, siempre enigmática, y el tuit, breve y grueso, como agitadores callejeros del año, son los eslabones últimos de la cadena de la esclavitud que se está labrando España con asombroso empeño; mucho tiene que cambiar este 2015 para que no nos dejemos atar por los encantadores de perros.

Supongo que cada país tiene su propio culo de la Kardashian, un trasero que en España lleva la cara del Pequeño Nicolás. En todos los anuarios está su efigie, por encima de cualquier autoridad. La cara, inmensa además, del Pequeño Nicolás. Omnipresente. Que España es mucho de todo y nada, y cada vez más. Y ahora todo es el Pequeño Nicolás y Pablo Iglesias, que dejan en un grave apuro a quienes han de elaborar sus anuarios de prensa, incapaces de discernir si lo esencial de todo lo que ha ocurrido en estos meses es la abdicación de Don Juan Carlos, o alguna foto robada de Francisco Nicolás, si la avalancha de inmigrantes en Melilla, o la siesta deslavazada de Arturo Fernández en el sofá –que pese al lógico alboroto es la siesta de toda España-.

Entretanto también hay un cocinero que saca la lengua y enseña el piercing todos los años por estas fechas, ochocientos mil casos de corrupción, una fuente que siempre dice que va a tirar de la manta, un idiota arrojándose un cubo de agua helada por encima para cambiar el mundo, una cría de koala bebiendo un biberón, y hay selfies, claro, por más que no salgan en los anuarios. Millones de selfies. Que este es el año en el que descubrimos los fotomatones, que es algo que no se le había ocurrido a nadie antes. Y quizá sea este, precisamente, el mejor resumen de los últimos doce meses. Que 2014 es todo eso que pasaba por detrás mientras nosotros nos hacíamos selfies como si no hubiera mañana.

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