Opinión

Un caballero sentado en la sala de espera

Escribo en la sala de espera. Se escuchan los gritos de un paciente, que más bien parece un impaciente, porque grita antes de que le acerquen la aguja. El médico se ensaña. Por los alaridos supuse que le estaba echando betadine a corazón abierto, pero cuando he visto salir a ese tiarrón de dos metros con una pequeña tirita en el dedo índice, se me ha cortado el aliento. Se miraba al dedo, aún con la cara desencajada, con la insistencia de quien acaba de descubrir lo increíbles que son las manos, que están llenas de deditos, y que se puede hacer así y así con ellos. 

Un caballero ha de serlo en toda circunstancia. Pero aquí en la sala de espera, pierdo la compostura, y tengo al lado a un señor que no para de toser, y que tiene pinta de acabar de llegar de África con la fiebre verde. Aparte, el color de sus manos evidencia un zika como una catedral. Y tose sin taparse la boca, como si fuera un paciente instruido por el  Estado Islámico, intentando contaminar infieles.

CONSULTAS LOCALES

El doctor es un tipo que tiene en su mano un montón de instrumentos con los que puede hacerte muchísimo daño si se lo propone. Te puede pinchar, escocer, o recetar jarabes que harían vomitar a un sapo anciano, uno de esos sapos gruesos y con mucho pasado, que ya han comido todo aquello que parecía increíble que pudieran comer. Mi médico acostumbra a sentarme en una camilla y golpearme con un martillo de goma las rodillas con gran entusiasmo. Y con idéntico entusiasmo, yo acostumbro a patearle los huevos, fingiendo un acto reflejo. Cada día yo ando mejor de reflejos y él peor de lo suyo.

Las consultas de esta ciudad no son diferentes a las que he visto en otros lugares. Mucha gente mayor. Por extraño que parezca la gente joven prefiere morirse. Son los mayores los que se empeñan en curarse de todo. El médico está deseando recibir a un tipo joven, en buena forma, y apuesto, como yo, para desgraciarlo encontrándole cientos de dolencias. La prueba es que casi todos te miran la sangre con un microscopio, que ya es más de lo que hace la policía científica cuando está buscando a un asesino. De tanto mirar encuentran cosas, por supuesto. Además la sangre está llena de sangre, y eso en medicina siempre es señal de algo chungo.

DESNÚDESE Y RESPIRE

Se abre la puerta. Paso. Me siento en la camilla. Ronda de preguntas.

- ¿Es usted periodista?

- Me duele la garganta.

- A todos los periodistas les duelen cosas.

- Tengo fiebre.

- Que mal está el gobierno -dice el doctor, jugando con el termómetro.

- Anoche tuve náuseas y tiritona.

- El periodismo es una actividad insana.

- Oiga, ¿acaso le he dicho yo que sea periodista?

- No lo sabía. ¿De modo que es usted periodista?

- Si usted lo dice...

- ¿No le dolerá todo?

- Eso es.

- A todos los periodistas les duelen cosas.

- ¿Y para la garganta, qué?

- ¿Profunda? Gran película, magnífico Dustin Hoffman.

- Sin duda. Dígame una cosa, doctor.

- ¿Si?

- ¿Es usted periodista? -pregunto.

- Me duele la garganta.

Media hora más tarde. Da igual la conversación previa, el médico siempre concluye igual:

- Bien, siéntese, levante la camisa y diga 33.

- ¡48! -exclamo.

- ¡Le he dicho 33!

- Disculpe, es que soy de letras.

- ¡De modo que es usted periodista!

De la consulta he salido con pastillas para la espalda, jarabe para la tos, unas vitaminas para eliminar el color de tóner de impresora que se me está poniendo en las ojeras, unas pastillas para dormir bien que ponen Dixan Plus Lava Más Limpio -que yo creo que el médico se ha liado- y la recomendación de reducir el consumo de colesterol. Yo le he asegurado que no como colesterol, que me parece una guarrada, que soy más de bombones, bollos  industriales, y cosas así. Y me ha pedido que deje inmediatamente de fumar. Le he dicho que ya lo he dejado. Así que me ha dicho que deje inmediatamente de beber. También me ha recomendado un gimnasio, que es de un primo suyo.

- Le vendrá muy bien para sentirse mejor. -dice.

- Yo me siento genial, al que le vendrá bien es a su primo.

Y nos hemos despedido cortésmente. Ya cuando me iba, me ha hecho pasar de nuevo.

- Olvidaba auscultarle.

- No, eso no por favor, está muy frío.

- Fuera la camisa.

- Se lo suplico.

- La camisa.

He accedido a cambio de no ir al gimnasio, que lo he cambiado por salir de paseo por el casco viejo y tomar unos vinos. He argumentado que el vino es bueno para el colesterol. Seguro que lo es.

SER UN CABALLERO

Después he estado colocándome la camisa en un escaparate, porque del hospital uno sale como de la guerra. Botones mal abrochados, pantalones caídos, manos llenas de microbios, y el pelo como una ensaimada, pero como una ensaimada punk en un concierto de Los Ramones.Y he pensado que todo lo que se necesita para ser un caballero, sano y envidiable, es un buen barman y un buen sastre. Si el camarero te quiere envenenar y el sastre disfruta haciendo que las mangas de tus chaquetas parezcan las de un bailaor flamenco, has perdido el control. Al llegar a una ciudad nueva hay que dar con un buen barman, un buen sastre, y un mal médico.

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