Opinión

Qué chipirones los de aquel día

Hay castañas. Muchas. Cosas del otoño. No sé cuánto tiempo llevan los castaños haciendo llover el fruto de sus esfuerzos, pero hay castañas por el suelo de los jardines y no las había visto en todos estos días atrás. Regalos de la jornada de reflexión, que es una manera audaz de impedir que los militantes beban hasta el alba y acudan borrachos a las urnas el domingo, y lo rompan todo, y obliguen a las viejecitas a votar a partidos punkis. 

Todas las cosas absurdas tienes varias funciones y la jornada de reflexión no existe solo con el ánimo soterrado de evitar altercados en las calles, también propicia, supongo que sin pretenderlo, que a falta de meditar el voto, vivamos un día tranquilo, que reparemos en cosas en las que nunca hasta ahora nos habíamos fijado. Es el caso de las castañas por el suelo de los jardines. Ahí mirándonos con toda su castañez en los ojillos, y con esos pinchos delatores alrededor.

Durante la jornada de hoy está prohibido pedir el voto y, en general, creo que todas esas concentraciones públicas etílico-ideológicas están vetadas por la Junta Electoral. Quiero decir que si te vistes de bárbaro y la emprendes a tiros al aire en la plaza del pueblo, lo normal es que acabes hoy mismo en el calabozo, junto a un montón de políticos, incluso antes de pedir el voto para nadie. España es así. 

De la idiotez de prohibir encuestas nos han librado los tuiteros, con sus hortalizas de colores asignadas a partidos. Es algo que tuvo mucho morbo la primera vez. Diez mil procesos electorales después, y todos en menos de un año, lo que menos apetece al votante es ver si suben o bajan los nabos en Andorra, que es uno de los pocos lugares en que si algo crece mucho, se sale a Francia o a España; es lo que después los periodistas titulamos como “internalización del conflicto de los nabos”. 

Esta laica religión democrática supone que sus fieles se pasarán hoy el día echando cuentas en un papel sobre los miles de euros de presupuesto que los diferentes candidatos han prometido para cada asunto, y estudiando finalmente cuál es el voto conveniente. Pero si el voto fuera algo tan racional, las elecciones no tendrían sentido. 

Como sea, el votante medio hoy se pasa el día reparando en la preciosa circunstancia de las castañas que ya ruedan por el suelo de este otoño perezoso. Una visión bucólica y relajante que no nos hace estar nada ansiosos, por el momento, por depositar el voto dentro de la urna. Mañana será otro día. 

Aunque infundado, es tan placentero el silencio electoral que uno se siente tentado de pedir trescientos días como el de hoy, con los políticos comiendo en familia en el bar del pueblo, paseando al perro por la playa, y haciendo declaraciones como “hace un día estupendo”, “Galicia es un gran lugar para vivir”, o “hacía tiempo que no comía unos chipirones tan ricos como los de hoy”.

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