Opinión

Cien millones de espectadores y yo

El protocolo es la manera educada que tenemos los humanos de no decir la verdad. Sin ciertas normas de cortesía, la vida sería un lío, porque estaríamos todo el día a bofetadas. Tampoco es mala idea, pero luego es una lata andar lavándose las manos y estirándose las mangas de la camisa -nunca pegues, por el amor de Dios, un puñetazo sin remangarte: la camisa se arruga y botón podría ceder y sacarle un ojo a alguien inocente-. Sin el debido respeto, no hay ninguna razón para no partirle la cabeza a un bobo, lleve los galones que lleve. Parte de la civilización consiste en pedir perdón después de pisar a un inútil que ha dejado el pie donde no debía, dar los buenos días a quien preferiríamos no habernos cruzado, y finalmente tender la mano a todas las autoridades en bodas, banquetes, y funerales de Estado; que son lo mismo, si cambiamos el muerto por el novio, que no siempre está vivo. 

Los ourensanos observan cuidadosamente todas las normas de buenas maneras. Mantienen formas que ya no se ven en otros lugares de España. No sé, los machos dejan pasar a la hembra en las puertas, la gente trata de usted a las personas mayores, e incluso se ven idiotas con enormes ramos de flores por las calles. En Madrid la última vez que vi a un tipo con un ramo de flores, lo llevaba dentro del gintonic.

Tratamiento

En esta ciudad es fundamental tratar a la gente de cara, por cuanto si intentas dirigirte a alguien de espaldas, es muy probable que no reciba el mensaje. Más aún, si tratas de hacerlo boca abajo, el resultado será extraño: si bien tu mensaje irá cifrado y escapará a las principales agencias de espionaje, el receptor podría sentir que no le estás prestando la atención que su estatus merece. Razón no le falta. Por lo demás, el tratamiento aquí debe ser de dos o a tres píldoras contra la acidez cada hora.

Los picores

Enemigo número uno de las buenas maneras protocolarias, son los picores. A Julián Hernández y Miguel Costas, en Siniestro Total, les picaba una barbaridad salva sea la parte cuando se encontraban en presencia de las autoridades. A Costas le había ocurrido al cumplir como soldado, al sentirse enamorado, y hasta en la corte del Congo Belga. Para aliviar tan punzantes picores, con buen criterio, decidió apuntarse “de astronauta / a ver si así suena la flauta”. Pero no. Relató su drama para la posteridad del rock español en “Me pica un huevo”, obra cimera de la canción protesta: “hemos llegado a la luna / un poco antes de la una / al salir al exterior / vuelvo a sentir ese picor / cien millones de espectadores / y yo sin poder rascarme los cojones”. 

Robo de croquetas

El protocolo local se muestra inclemente con quienes ostentan su mala educación. Pero hace una excepción con el asunto de las croquetas, en beneficio del fin, que a veces justifica los nervios. Goza Ourense de algunas de las mejores croquetas del mundo, que se ofrecen en numerosas recepciones, por eso esta es la provincia con los sisadores croquetiles más ágiles del país. A los asistentes a un cóctel se les puede afear que se lleven los cubiertos de plata, o que intenten ligar con la viuda para heredar, pero jamás nadie les llamará la atención por salir de la fiesta con los bolsillos de la chaqueta llenos de croquetas. El ourensano, lleno de sentido común, sabe que son sencillamente irresistibles. 

Vestuario

Según el tipo de acto al que acudas, deberás elegir tu vestuario. Yo acostumbro a llevar el vestuario del Santiago Bernabéu, muy apropiado para casi todas las situaciones. “En vestirse, no en desvestirse, consiste siempre la civilación”. La cita es de Gómez Dávila. La tontería del Bernabéu, propia del autor de este manual.

Insultos

No sé puede ir por la vida insultando a la gente. Al fin y al cabo son personas, o animales, o cosas, y están ahí. Y si no puedes insultarlos, al menos aprovecha para describirlos. En realidad, todos los caminos llevan a Roma. Porque un idiota es un idiota, a su paso por Ourense o como afluente de algún río de la China Meridional.

Silencio

En cualquier acto social, ya sea en los salones del Liceo, o entre los humos de la hamburguesería de la esquina, el diálogo favorece enormemente la comunicación, que es algo que ya habían concluido la mayoría de los filósofos presocráticos y a lo que no pudieron oponerse los postsocráticos. Sin embargo, abrir la boca es una invitación a decir alguna tontería. Así que, ante la duda, calla. Rara vez el silencio desviste. Hablar puede mostrarte al mundo como realmente eres y, recuerda, eso era lo que pretendíamos evitar con todo este rollo del protocolo.

Besar o dar la mano

De todo el universo de horrores del protocolo, ninguno alcanza el doloroso dilema entre besar o dar la mano cuando te presentan a alguien. Grandes eruditos han estudiado la problemática sin alcanzar conclusión alguna. Por suerte, existe una escueta normativa universal en la que he trabajado durante años, hoy ya bastante definitiva: si es joven y guapa, bésala; si tiene aspecto de ir a golpearse el pecho y lleva barba, dale la mano; si es joven, guapa, se golpea el pecho, y lleva barba, sal corriendo de ahí.

Cultura local

Exhibir un cierto dominio de la cultura local es muestra de respeto y buena educación hacia quien te acoge. A los lugareños les agradará ver que no confundes “las burgas” con ninguna parte de la anatomía femenina.

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