Opinión

El conejo de Rajoy

Si me hace un hueco en la barra, podré teclear la columna”, le digo. Y no me lo hace. Por eso lo saco aquí. Para que el mundo sepa que en todas las barras hay un totalitario que intenta acallar a un periodista libre, avasallando con su inmensa cerveza y desplazando el plato de los cacahuetes más allá de sus dominios, y más acá de los míos, para impedir que pueda escribir en paz. Enfundo el cacahuete que pretendía insertarle en el ojo, dando una última esperanza al diálogo. Y escribo en escorzo. A cuatro meses de las presuntas elecciones, mi refugio es un bar. Pulguita de jamón ibérico, fútbol, y barril de cerveza. Esa es la proporción para poder entender la estrategia de Rajoy.

Jose, el fontanero, defiende al Gobierno con sorprendente fervor: “¿Estamos mejor que en 2011?”. Esto es un bar serio. Aquí nadie le responde eso de “estarás mejor tú, so fascista”. Aquí el único posible fascista soy yo, que trasiego pulguitas de ibérico con una intolerancia hacia los derechos del cerdo que solo puede ser propia de la ultraderecha. El puerco, no obstante, calla. Y eso se lo agradecemos todos.

Hay una botella de tinto envuelta en un papel de periódico. El titular: Rajoy promete convertirse en líder antes de las elecciones generales. Aunque no lo promete con estas palabras. Acerco un poco la nariz: el periódico es de mayo. El conejo, me digo. Aquí lo que falta es el conejo. El de la chistera. Obviamente.

Muchos presidentes han ganado elecciones gracias a un conejo. Siempre, insisto, con la inestimable colaboración de la chistera. Un jovencito inmigrante, negro, adaptadísimo a España, honrado trabajador, y buen tipo, hace el análisis más desapasionado, quizá el más favorable para el presidente del Gobierno: “es un señor que trabaja”. Coño. Hallazgo importante. Un español puede ser raro, rarísimo, increíblemente raro, o “ser un señor que trabaja”. Si Rajoy es “un señor que trabaja”, el PP no necesita mejorar en comunicación. Lo siento por los estrategas que, gracias a Dios, están heredando a Arriola. A propósito. Alguien debería decirle al presidente del Gobierno que la única campaña de comunicación que necesita es un hacha. Un hacha y un guión de acción, destrozando plasmas, ante la mirada de los periodistas, convocados para la ocasión en el mismo recinto donde se produzca la ensalada de hachazos.

Precampaña total. “Póngame otra caña, si es tan amable. Que el único fruto del amor es la cerveza”. Cataluña, desmesurada. “¿Qué es Cataluña?”, pregunta con sorna el fontanero. Más tarde, los exabruptos de la parroquia del bar. Injustos todos, naturalmente. No voy a reproducirlos. Pero ese es el resultado de la pesadez política de Mas prolongada en el tiempo: que media España ya no está ni a favor ni en contra de la independencia de Cataluña, tan solo está hasta los huevos de ella. Otra baza que está ganando Rajoy, silenciosamente. La no confrontación. Rajoy y Mas compiten en aburrimiento y van ganando los dos.

Revuelo con los sueldos de ciertos cargos de Podemos en Galicia. Mucho barullo en el bar sobre este asunto. No llegan a mileuristas. ¿Qué clase de broma es esta? Una parte del pueblo está indignado porque se han publicado los sueldos de los comunistas. Escisión en el partido. No por la cifra, sino porque cobran. Supongo que piensan que la gente se dedica a la política por amor al arte. “Su propia medicina”, rumia un jubilado. “El problema de Podemos es que son comunistas, no que cobren”, dice el erudito de la barra. Y no puedo estar más de acuerdo. La parroquia brama. Protesta por todo. La política de gestos ya vale más en España que la de las razones. Todos al suelo.

Qué buenos los mejillones picantes. Yo quería escribir un análisis de comienzo de temporada que pudiera pasar a la posteridad de las letras políticas, y ahora me doy cuenta de que no voy a llegar más lejos que a este platito de mejillones. España es así. La caña y la tapa lo pueden todo. Me gustaría contarles que soy un intelectual, un analista serio, un votante ejemplar. Pero no. Si alguien ha de sumarme a algún equipo ideológico, mejor que se apresure a incluirme en las filas de los mejillones en salsa picante.

Amorrado al anís: “España necesita un héroe”, apunta el viejo Francisco, al que llaman Franco, por republicano. “Y ese héroe es…”, la muchedumbre le interrumpe. Incomprensiblemente, Franco considera que a España solo la puede salvar una hipotética candidatura de Cándido Méndez. Sí, el sindicalista. “¡A las mariscadas!”, grita un tuitero desde el baño. La cocinera asiente. Se aviene al debate sobre el estado de la nación un salpicón de marisco. Al final siempre es el salpicón de marisco lo que une a este país, por encima de todo debate partidista. Dejémonos de bobadas. Estamos hablando de un salpicón de verdad y pasan ya de las dos de la tarde.

conejo_resultTiene algo de razón el viejo Franco. Antes de que arranque la escalada de promesas electoralistas absurdas, hace falta un héroe que venga a contarnos que 1997, 1999 o incluso 2002 no volverán. Y tal vez, si alguien tiene que salir en televisión y decir que no vamos a poder seguir emborrachándonos, lo mejor es que lo haga Rajoy. Si lo hace Pedro Sánchez, la gente le tomará a broma cuando se ponga a serio, y se asustará cuando sonría. Y si lo hace Pablo Iglesias, el éxodo será masivo diga lo que diga. El más indicado es Mariano, con su estudiada cara de pasmo, para proclamar con desesperante lógica que se ha terminado nuestro breve idilio con el lujo. España no volverá a ser tan próspera. Que uno puede decidir entre irse a otro país, o batallar aquí, pero sabiendo que los famosos años de bonanza de Rato no volverán, entre otras cosas porque se los ha llevado él. Supongo que también Albert Rivera podría hacer este fatal anuncio a los españoles, pero nadie le escucharía, porque en el bar cada vez que sale en la pantalla todos están demasiado ocupados mirando a Inés Arrimadas. Que la audiencia es tonta, pero menos. “Otra caña, por Inés”. Ni rastro del conejo de Rajoy.

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