Opinión

Corresponsal en la bañera

La bañera es el único lugar del mundo donde te puedes quedar dormido con un pitillo entre los dedos sin riesgo de incendio. Y ya solo por eso todos deberíamos bañarnos a todas horas. La temperatura del agua está en su punto. La luz apagada, tímida bruma blanca que asoma por el cristal ahumado. Con la ventana ligeramente abierta, oigo el mar, la monotonía relajante del tráfico navideño, y a un idiota que corea algo sobre su equipo de fútbol. Toda manifestación, de júbilo o de indignación, debería ser silenciosa. Al menos mientras yo esté sumergido en el agua. Esa gentuza ya no respeta nada. Esto con el César no pasaba.

Enciendo la música. Rosendo a un volumen nada democrático. Me vengo así de las erasmus del piso de abajo, que prologaron su juerga de jueves hasta el amanecer, sumando a su lamentable formación musical el analfabetismo de sus invitados; ese tan molesto cuando el alcohol lo saca a relucir en forma de aullidos en la noche. Estas niñas han llegado hace poco al piso y se les perdona todo. No como a los cerdos franceses que logramos echar hace meses, después de incendiar el edificio con una suerte de orgía gala infame e ilegal. Estas chicas de ahora son muy suecas, muy rubias, portan muy largas melenas, y tienen los ojos muy claros. Hablan con una voz tan suave que ya han conseguido que la mitad del edificio se ponga a estudiar sueco, y la otra mitad se pase el día subiendo y bajando en el ascensor para cruzarse con ellas y alabar el último catálogo de Ikea, o subirles las maletas, o arreglarles el grifo que gotea. Es increíble lo rápido que aprenden algunos tipos a reparar grifos cuando se les instalan tres rubias en el piso de al lado. Nadie diría ahora que arrastran cuarenta años bajo la más atroz penumbra académica en materia de urgencias de fontanería.

Con los vapores se me esfuma el catarro. Subo la temperatura del agua. Hago olitas con los pies para evitar que se me enfríen las rodillas. Táctica de perro viejo. Todo esto de la bañera nos retrotrae al tiempo en que éramos bebés, nadie había empezado a darnos la murga con la cosa del colesterol, y éramos felices porque no sabíamos quién era Pablo Iglesias. En realidad, tampoco Pablo Iglesias sabía quién era Pablo Iglesias, y eso que habíamos ganado todos.

La infancia es esa tierra conquistada que nos han arrebatado y siempre deberíamos estar regresando a ella. El baño con espuma es el primer paso, tal vez la semana que viene comience con los potitos y vuelva al orinal. Si bien, esto último ocasiona algunos problemas para los adultos con sobrepeso. Pero el niño utiliza el orinal de cualquier manera y en todas sus funciones eso amplifica su feliz inocencia. Quiero decir que no es necesario que mañana empieces a hacer pis en un orinal para recuperar tu infancia. Tal vez sea suficiente con que te lo pongas en la cabeza y corras por casa gritando como un siux borracho en la fiesta de toma de posesión de Barak Obama.

Había olvidado lo maravilloso que es fumar a oscuras en el agua. Y también esa extraordinaria sensación de que el cigarro se te escurra de las manos, ruede por tu pecho, y te deje un largo tatuaje. Había olvidado también que el mando de la cadena musical siempre se te cae al agua, y que para cambiar de canción debes salir temporalmente de la bañera; como breves incursiones en el terreno enemigo, cruzando las inclemencias meteorológicas de Siberia, y con altísima probabilidad de resbalones. Nada resbala más que un idiota mojado intentando cambiar de canción en tinieblas.

Me hago fuerte en el agua y pienso que tendrán que venir a sacarme los GEOS. He dejado el móvil en el otro extremo de casa, tapado por un montón de ropa, sin sonido, y he puesto encima un pitillo encendido y un bidón de gasolina, en homenaje al pesadísimo Stieg Larsson. No hay emergencia que pueda detener a un periodista que se ha propuesto sumergirse en la tranquilidad.

Como ya he atormentado lo suficiente al vecindario con el rock urbano de Loco por incordiar, voy a hacer una concesión a la calma, y dar rienda suelta al disco De un lugar perdido de Antonio Vega. Al fin y al cabo los gritos del viejo rockero no encajan con este mar de paz, con esta noche lírica y espumosa, en la que viajo a orillas de los versos de San Juan de la Cruz, “estando ya mi casa sosegada”.

Si algo puede reprochársele a este baño de espuma, penumbra, y vapores es su incompatibilidad con una buena lectura. Pero si efectivamente se pudiera leer en la bañera con la luz apagada, no podríamos alcanzar la estación mental de la nada, el silencio del cuerpo y la mente, la contemplación serena de los cúmulos de espuma desvaneciéndose entre el rosado islote del dedo gordo del pie. No creo que haya nada más importante a esta hora de la noche que el istmo formado por mis protuberancias pinrélicas, que asoman intermitentes entre las sacudidas de la galerna, perfumada, acogedora y tibia. El principal enemigo de esta quimera relajante es la arruga. De pronto la piel se vuelve tejido de uva pasa, el agua empieza a enfriarse, y la espuma cede su vigor a esa penosa evasión, como la lenta retirada de la juventud en el rostro de una modelo. Es hora de escapar, como cuando en la discoteca encienden las luces, o como cuando el sacristán empieza a cerrar los portones de la iglesia, haciendo muchísimo ruido para que te des cuenta de que, en efecto, está cerrando los portones de la iglesia.

Del baño hay que salir a tiempo, igual que de esas relaciones tan bellas como venenosas, que si las prolongas se convierten en un dolor, mientras que si las acortas podrás recordarlas con estremecedora ternura durante toda la vida. Salgo del agua al fin renovado, con los músculos como sacos de la risa, el cerebro ventilado, y los nudos de la espalda disueltos entre pompas de jabón. Esta noche dormiré como un bebé, ajeno a las punzadas del telediario, y abrazando la añorada sabiduría de Tip y Coll. Que ya la próxima semana hablaremos del Gobierno.

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