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Las gafas de colores

Con el último grito. Literal. Cada vez que un tipo se las pone, alguien pega un grito agónico. Y sin embargo, están de moda y contra eso no voy a luchar. Sé que esta columna me traerá problemas. Son muchos los amigos enamorados de esta tendencia que ha llenado las playas de lupitas coloridas. Son muchos los amigos que no volverán a hablarme. E incluso sé que después de estas líneas, tendré que ponerle escolta a mis viejas gafas de sol –compradas para toda la vida-. Pero aún así mi compromiso con los lectores llega más lejos que mis anhelos de vida tranquila, por eso hoy me arrojo al campo de batalla sin miedo al ejército de los de las gafas de colorines, que por otra parte, como tengan esa misma pericia para elegir las armas, lo más peligroso que pueden hacerme al tirotearme es mancharme la camisa de azul, rosa y verde fosforito.

FUNCIONES DE LAS GAFAS

Según algunos historiadores, hace 12.000 años que se inventaron las gafas de sol. Imagino que todos estaban allí. Bien. Aquello no eran exactamente gafas y no eran de sol, pero el caso es que a los esquimales se les estaban achinando los ojos de tanto guiñarlos y pusieron a trabajar a sus ingenieros en el asunto. El resultados fueron unas conchas y pequeños huesos, raspados, y modificados para convertirse en un artilugio que pudiera minimizar el paso de luz hacia los ojos. Este tipo de ‘gafas de sol’ puede parece muy extravagante, pero sigue per- fectamente de moda: no hay más que ver las que portan las modelos en las más prestigiosas pasarelas del mundo.

También se atribuye el hallazgo a los jueces chinos, que en el siglo XV decidieron ahumar sus lentes –más tarde acabarían ahumándolo todo y comiéndoselo así- para mantener la privacidad de la expresión de sus ojos al deliberar sobre los acusados.

Por tanto, esquimales y chinos no sitúan ante la paradoja de las gafas de sol: nadie sabe exactamente si su propósito es ocultar los ojos del que las lleva o simplemente limitar esa molesta claridad del sol. Todo ello, sin pasar por alto la función meramente estética. Un hombre con gafas de sol siempre será un hombre con gafas de sol.Mientras que un hombre sin gafas de sol siempre será un hombre sin gafas de sol.

MODELOS BIEN

Los diseñadores ofrecen cada año un catálogo de 300 gafas de sol completamente nuevas, de las que 285 son exactamente iguales entre sí, y su diseño está constreñido por el delirio de cada año (DCA). Se llama DCA al arrebato que parecen sufrir cada temporada los fabricantes: de pronto, solo redondas; un año después, gafas gigantes; al siguiente, modelo mini.

Entre las 15 restantes se encuentran, si tienes mucha suerte, los ‘modelos bien’. Se trata de gafas que cumplen con las dos primeras funciones citadas y pasan sin pena ni gloria por la tercera, la función estética. En síntesis, son unas gafas que hacen que la gente por la calle te mire cualquier otra cosa además de las gafas.

LA GIGANTEZ

En las últimas temporadas se puso de moda engarzar en forma de gafas las lunas laterales tintadas del coche. Así hemos podido ver, especialmente entre las chicas más ‘fashion’, la proliferación de gafas enormes sobre diminutas mujeres, poniendo en riesgo la estabilidad de los correspondientes tabiques nasales, siempre al borde de derrumbarse por el peso de toda la estructura.

Las oficinas de policías manejan cientos de denuncias de agresiones involuntarias a transeúntes con estas gafas y los fabricantes de ascensores han recibido una millonaria cifra récord de quejas de usuarias que se han quedado atrapadas en el interior del ascensor al quedarse encajadas entre las gafas y la pared.

LAS DE LENNON

John Lennon era John Lennon. Y llevaba unas gafas muy conocidas.Él era Lennon. Y esas eran sus gafas. El resto del mundo no lo es.

LAS GAFAS DE COLORES

Así hemos llegado en algo más de un año a la tendencia más extendida desde la fiebre por la gigantez: las gafas de colores. Son unas gafas de espejo de muchos colores, como su propio nombre sugiere. La idea es que sea tal la invasión de luz y colorines en las calles que parezca que los que no las llevamos somos unos sosos. Mis gafas, herederas directas de las del Belushi de los Blues Brothers, eran las más animadas y elegantes del barrio hasta que llegó la invasión florida a las lentes. Ahora las chicas me miran como si fuera un carca, un retrógrado, y un asqueroso reac- cionario, y quizá no les falte razón, sobre todo en lo que a gafas de sol se refiere.

Veamos. Mis amigos se sacan fotos con gafas de cristales rojos, azules, lilas y verdes. ¡Lilas! Y se ponen unas cosas que dejan los dedos de los pies al aire para ir a las discotecas, y camisetas sin mangas en las que se adivinan osos de peluche en donde el brazo se une con el resto del cuerpo, y publican todo eso en las redes sociales. Y tengo otros amigos que le dan a ‘me gusta’ con entusiasmo y pasión, y tal vez con indescriptible mala leche. Y así esta gravísima desviación estética no va a acabar nunca.

Cierto es que mis amigas también se han entregado a las gafas de colores. Pero a las mujeres guapas se les consiente todo, porque al fin vuelven bello lo feo –existen contadas excepciones-. Pero lo inadmisible es lo de los chicos, convertidos de pronto en hornera de bolera, entregados al mundo coloreado y ref lectante, como si ya no quedara nada a lo que pue- da agarrarse Occidente para no arder en la hoguera del mal gusto.

NOTA A LOS AMIGOS

No estaré disponible en los próximos días para recibir amenazas de muerte por esta columna. Estoy en la selva amazónica cazando serpientes y la cobertura se me va cada dos por tres. Lo lamento. Os quiere y os lleva en el corazón a pesar de esas horribles gafas, vuestro amigo. 

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