Opinión

La guerra con emoticonos

España ocupa hoy una posición muy relevante en la coalición que lucha contra el Estado Islámico: la de condenar en Twitter algunas de sus decapitaciones. Los terroristas están realmente consternados por esta durísima decisión del Gobierno de Mariano Rajoy y sopesan bloquear su cuenta en la conocida red social. Una respuesta a la desesperada a la que Rajoy no ha dejado alternativa, con su implacable defensa de vidas inocentes en Siria e Irak y su mano de hierro contra el terrorismo que amenaza a Estados Unidos y Europa.

Algunos miembros del Gobierno han ido más lejos en la cruzada antiislamista, respaldando con emoticonos de WhatsApp –guiño sonriente, dedo pulgar alzado, aplausos, y flamencas bailando- a sus colegas americanos al inicio de los bombardeos sobre Siria. Su valor será recordado por generaciones a lo largo y ancho de la historia de España, siempre en el caso de que haya generaciones vivas y que exista España cuando estos salvajes empiecen a hacer rodar nuestras cabezas en nombre de Alá, insensibles a las sólidas indirectas antiterroristas del Gobierno.

Los fascistas de siempre han pedido a Mariano Rajoy que España se sume oficialmente al plan del ultraderechista Barack Obama contra el terrorismo islámico. Pero eso implicaría participar de algún modo en los bombardeos y, en definitiva, matar en Siria a terroristas que son además violadores. Y esto en España es impensable, ya que ambos tipos de crímenes se premian en nuestras leyes con frecuentes excarcelaciones y, en los días más luminosos y dignos de la historia, con elegantes escaños parlamentarios.

La sombra de la Foto de las Azores es alargada. Arriola no considera oportuno que nos metamos en la coalición que lucha contra el Estado Islámico. Lo de matar terroristas no está bien visto en las urnas y eso es lo único importante. La izquierda saldría en bloque a la calle y dirían que Rajoy es un asesino y entonces el PP dejaría de ser de centro y, en síntesis, un lío que no merece la pena si lo único que está en juego es que ruede alguna cabeza más o menos por las lejanísimas plazas de Raqqa. Además en La Moncloa creen que el español medio ni sabe dónde está Raqqa ni le importa. Y probablemente tengan razón.

Ahora el ministro del Interior se atribuye una operación antiterrorista en la que han caído nueve islamistas vinculados al Estado Islámico. La nueva moda política en España es felicitarse por las detenciones que lleva a cabo Marruecos, cuyos servicios secretos, no por casualidad, saben desde hace días que hay cerca de medio centenar de terroristas con pasaportes falsos intentando colarse en el país. Debido a nuestra durísima posición contra el Califato que incluye a España en su mapa de betún, no cabe imaginar que estos islamistas pensaran venir aquí, más que a pasearse un rato por las calles de Córdoba y subir las fotos a Instagram.

En el siglo de las comunicaciones, en el que todo se ve, la guerra se desarrolla en los medios antes que en el campo de batalla. Vemos en directo las cosas habituales de una contienda: bombas, sangre y muertos. Un horror, pero nadie ha inventado aún otra forma eficaz de detener el lento genocidio de los islamistas en Siria y en Irak, o en Nigeria, donde un líder yihadista con aspecto de haberse escapado anoche de un psiquiátrico marroquí, se ríe de doscientas familias, sometiendo a sus hijas secuestradas a las más horribles vejaciones y obligándolas cada semana a llamar a sus padres y narrar en detalle el terror bajo el que viven, mientras esta panda de gusanos enfermos se ríe de fondo, para que quede claro el valor que le dan a cualquier cosa que no sea su ley islámica.

Nada de esto perturba la paz en La Moncloa, que sigue viendo eso del Estado Islámico como algo lejano y difuso. Nada perturba a Rajoy, demasiado ocupado con el ombligo catalán. Un mensaje de condena es suficiente, creen. Al menos mientras a estos cretinos no se les ocurra amargarnos el fin de semana poniendo a uno de los nuestros a protagonizar una de sus sangrientas producciones.

Considera el Gobierno que desertando de nuestros aliados naturales –e incluso los menos naturales países árabes- España se encuentra más segura, cuando desde el punto de vista de los terroristas sólo somos carne de cruz, por cristianos, sea cuál sea nuestro nivel de postración frente a su terror.

Sería injusto atribuir sólo a Rajoy esta inaudita guerra que España está librando contra el islamismo a través de comunicados, tuits de condena, y tímidas declaraciones oficiales en la radio. Rajoy no hace otra cosa que reflejar el sentimiento de un país que no quiere problemas, de una ciudadanía que no está dispuesta a luchar por nada que tenga que ver con su territorio o incluso con su libertad. Que es al fin lo que está en juego, si tenemos en cuenta que la primera decisión que toma el Califato allí donde lleva su sharia es la privación de libertad a musulmanes y conversos. A los cristianos se les priva la vida, sus cuerpos son torturados y crucificados cada viernes a la luz del día ante la mirada obligada de los niños, y con su sangre se comercializa al anochecer. Por suerte no lo vemos a diario, y cuando alguna de esas imágenes horribles se filtra a la prensa, lo único que se levanta en la opinión pública española es un debate sobre si los periodistas debemos mostrarlas o no. Nada más.

Así que nadie debería sentirse mal por la actuación de España en esta nueva guerra de Irak. La misión española Anochecer del Avestruz, diseñada cuidadosamente por el profesor Arriola, dará sus frutos tan pronto como el ministro de Defensa se disponga a soltar cien palomas de la paz en la Puerta del Sol, ante los vítores de las ratas del Estado Islámico, que están ya más cerca de considerarnos aliados que enemigos. Hoy somos esencialmente una nación bizcochable, a ratos inexistente, y defendida por un Gobierno armado con un aterrador fajo de comunicados de condena y baterías de caritas rojas de WhatsApp.

Te puede interesar