Opinión

Guía del perfecto bocadillo

Nada resulta más confortante para ponerse hermoso que una buena campaña electoral española. Lo saben mejor que nadie los profesionales del bocadillo y la banderita, que no se pierden ni un mitin, que salen en todas las fotos donde aparezca en primer plano un bollo preñao, sin importarles el carnet político del chorizo, y que terminan la campaña con ocho o nueve kilos más. Naturalmente me refiero a los kilos de pesar, no a los de organizar mítines y llevarse comisiones. 

Muchos lo intentan pero sólo unos pocos lo consiguen. Colarse en todas las fiestas. Llenarse los bolsillos de caramelos. Y hacerse con decenas de bolígrafos, con muy buena salida en la reventa en caso de victoria electoral. Llevo veinte años investigando a estos tipos y creo que estoy en condiciones de guiarte por el bueno camino para que te conviertas en uno de ellos y no te pierdas ni un solo bocadillo de tortilla en esta campaña.

Exclamar la admiración es esencial. La contraseña para hacerse fuerte entre la militancia más resabiada es la admiración por el candidato. Sólo quien compite en la élite de la adulación puede tener acceso directo al palco VIP, a la cerveza fría, y al bocadillo de pan aún crujiente. A los críticos se les permite sólo el acceso al banderín con las siglas. No está del todo mal, si al menos te dejaran pinchar con él algunas aceitunas. Pero la sala VIP sólo está abierta para los hombres fuertes del partido, y para los más avezados militantes. Tú puedes ser uno de ellos. Corre y adula. No dejes para mañana lo que puedas adular hoy.

La militancia de un partido, como casi todos los colectivos, se divide entre los que se enteran y los que no. Los primeros saben de qué es hoy el bocadillo y a qué hora se servirá el vino frente a las cámaras de televisión. Los segundos sólo se saben el programa de partido. Muy loable, pero no sirve para nuestro propósito. De promesas electorales no se vive; es el lema de todo bocadillero. El verdadero experto se salta a la torera el mitin, ese acto comunitario de penitencia civil, y aparece con estudiado gesto de sorpresa justo en el instante en que comienza el reparto de comida y regalos.

A menudo se considera erróneamente que los partidos con más militantes son los que ofrecen mejores manjares porque manejan más presupuesto. Lo cierto es que los especialistas en dilapidar el dinero en las campañas son los partidos modestos, que ante la ausencia de responsabilidades de gobierno, discuten en los consejos de dirección si la calidad del lomo que se incluirá en el bocadillo puede decantar el voto en uno u otro sentido. Lo habitual es que concluyan que dar lomo barato a la militancia es un suicidio político innecesario, y en eso nos les falta razón. Es probable que nadie decida su voto por un buen bocadillo de lomo, pero muchos bocadilleros profesionales podrían cambiar su papeleta por un fallo grave en materia de embutidos. Y eso en España, el país con más bocadilleros por metro cuadrado de la UE, es un riesgo que ningún político en campaña está dispuesto a asumir.

La cola hay que saltársela. Uno no es cien por cien español hasta que no se salta una cola e, inmediatamente después, se gira dando voces y acusando a otro de haberse colado. Más español se es aún, si el increpado es inocente. Todo bocadillero que se precie domina las tácticas para saltarse la Cola Clave del Mitin (CCM). La CCM es un pequeño tumulto que se forma en un momento indeterminado de la cita alrededor de unas cajas abiertas a toda prisa por sudorosos voluntarios, de las que se extraen los bocadillos de lomo, las bebidas, e incluso las bolsas de caramelos, llaveros, y bolígrafos. Lo importante es saber detectar el inicio de ese cúmulo de militantes, que en seguida se vuelve tumulto en cuanto sale del mogollón el primer agraciado, triunfo en mano, mordiendo vorazmente el bocata ante la mirada sonriente –llena de envidia- de toda la militancia. 

Tras detectar el foco, el siguiente paso será abrir una caja nueva y servirse sin permiso. En la tensión del momento, nadie se dará cuenta. Pero si alguien levanta el dedo acusador, el antídoto es encogerse de hombros y exclamar con desgana que son órdenes directas del Subsecretario General para Infraestructuras de Promoción Gastro-Culinaria del distrito C21. Si insiste, pregúntale su número de militante delante de todo el mundo. Más de tres cifras es humillación total y pérdida absoluta de autoridad.

Existe una vieja controversia sobre los caramelos. Nadie se ha percatado de lo evocador que resulta ver a los políticos lanzando golosinas a la ciudadanía desde lo alto. Así que, por ahora, seguiremos disfrutando de esa dulce comparativa.

-Este año, los socialistas, un poco amargos.

-¡Qué conseguido el sabor a naranja de los de Ciudadanos!

-Pues Rajoy ha metido la gamba con estos toffes: se pegan al paladar como Montoro.

-Pablo, ¿era necesario hacer caramelos de tinta de calamar para evocar el morado?

La mayor parte de los fumadores hace acopio de mecheros para toda la legislatura durante la campaña, aunque cada vez más los partidos prefieren no meterse en enjambres ideológicos –el tabaco lo es, en su mundo-, y regalar pinchos. Esos que se enchufan en el ordenador y que son muy prácticos después para descargarte el auto completo de la Gürtel, de los EREs de Andalucía, o las Obras Completas de Latrocinio en Cataluña; esta última requiere entre dos y tres pinchos, según la capacidad de almacenamiento.

Por último, conseguir regalos esta bien, pero el auténtico bocadillero va más allá y se planta la noche electoral en la barra, en la fiesta de partido ganador, sin importarle si lo ha votado o no. Además, mis estudios reflejan que el auténtico trinca-mecheros, el caza-cerveza de mitin, el bocadillero profesional, pasa olímpicamente de participar en la fiesta de la democracia. No por anarquía, sino porque considera que la fiesta de la democracia está allá donde haya cerveza, lomo, y chicas guapas, y no en esa especie de capilla ardiente llena de urnas, caras largas, y probadores en los que es imposible cambiarse de ropa sin enseñarle el culo al resto de los demócratas.

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