Opinión

Cómo inaugurar bien

Se disparan las ventas de cinta. Metros y metros de seda despachados en toda España a velocidad de vértigo. Se teme la escasez. Se diría que la industria va como la seda. Lo mismo está ocurriendo con las tijeras. Anoche, las papelerías habían comenzado a vender cúters, agotadas ya las tijeras, incluso las adornadas con motivos de Frozen y Winnie de Poo. Corbatas nuevas, trajes a medida, zapatos oscuros, y colas para cortarse el pelo y para ponerse las cejas apuntando a la Osa Mayor. La economía está alzando el vuelo, gracias al pujante mercado de las inauguraciones, ante la cercanía de las elecciones municipales.

Los vecinos están de enhorabuena. Han tenido que esperar cuatro años, pero por fin el ayuntamiento está reparando la acera, se han plantado florecitas en las rotondas, y hasta hay policías locales paseando por las calles a esa hora en que los niños salen del colegio y las abuelitas se atreven a echarse a las churrerías. Nos esperan dos meses de felicidad. Se acabaron las estrecheces. Es la carrera por la reelección en las alcaldías.

Según los servicios inaugurólogos, se espera en las próximas semanas una intensificación de inauguraciones en toda España. Los alcaldes se harán fotos con niños, cortando miles de cintas, rompiendo botellas de champán contra buques, vestidos de fallera, e incluso en actos de los ministerios más alejados de sus competencias. Y los ministros y cargos autonómicos les harán partícipes en toda clase de honores protocolarios, de esos que abren el telediario, bajo el viejo lema político del “hoy por ti, mañana por mí, ¿dónde está mi sobre?”.

Las dos formas oficiales de inauguración son el corte de una cinta o correr una cortinilla o velo. Es muy importante saber exactamente cuál de las dos emplear. Y no está bien emplear ambas sobre el mismo objeto que se inaugura, aunque eso provoque mayor volumen de fotos. En principio, todo aquello que se puede recorrer a pie se inaugura cortando una cinta, y todo aquello a lo que no deberías subirte se inaugura descubriendo una tela. No es correcto por tanto cortar una cinta para inaugurar una estatua –ni siquiera si es en honor del alcalde-, ni mucho menos intentar cubrir con un gran velo el nuevo parque municipal de veinte hectáreas.

Según los sociólogos, todo lo que lleva asfalto fresco es un imán para los votantes. De ahí la importancia de estrenar carreteras. A la hora de inaugurar tramos de autovía, se ha de procurar que el nuevo trazado sea superior en kilómetros a la fila de autoridades congregadas para sujetar la cinta. De lo contrario, lo aconsejable es cortar la autovía e inaugurar la cinta.

Existe una vieja controversia acerca de cómo efectuar el corte de la cinta. De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda cortar muchos trocitos de cinta, para que cada político pueda llevarse el suyo. Cruel metáfora. Pero el reparto de trocitos de seda no deja de ser más cursi que visitar las Bahamas y traerse un puñadito de arena. Lo correcto es hacer un solo corte, liarse la cinta a la frente, y lanzar las tijeras a los periodistas más críticos.

Los alcaldes sudan mucho. En cualquier época del año. Se desconocen las razones. No creo estar descubriendo secreto alguno. Sudan especialmente por la frente, pero en ocasiones, los goterones les caen por los carrillos, haciendo un efecto horrible en las fotografías. Como la sudoración se incrementa en el instante del corte de cinta, lo mejor es hacerlo sin pensar, olvidarse de que hay gente mirando, y pegar el tajo colos ojos cerrados. Por esta razón, se aconseja encarecidamente al teniente de alcalde que se retire un poco hacia atrás en el momento del corte, a fin de evitar que se convierta en la teniente de alcalde. Y en caso de que ocurra el fatal accidente, lo mejor es que todos los presentes disimulen y -nunca insistiremos lo bastante en esto- que el alcalde desista más que nunca de repartir los trozos de cinta que cree haber cortado.

La ventaja de la cortinilla es su principal defecto, ya que al contrario que las tijeras, ni pincha ni corta. Descubrir una cortinilla es un acto muy elegante, capaz de realizarlo con acierto la gran mayoría de los alcaldes, e incluso algunos concejales aventajados. El gesto ha de ser suave. Como se acostumbra a mirar a las cámaras y sonreír mientras se corre la cortinilla a la espalda, antes de tirar con energía, conviene asegurarse de que lo que se ha agarrado es la cortina y no la nariz del concejal de urbanismo.

En el caso de grandes obras arquitectónicas inacabadas –un puente, un túnel, o el busto colgante del alcalde-, los asesores aconsejan portar casco, para captar votos entre el proletariado. Si bien hay pocas cosas más ridículas que un alcalde de traje con casco blanco, es indudable que resulta útil en caso de que una viga de hormigón de cien toneladas se desprenda durante el acto. Las estadísticas señalan que todos los alcaldes que han logrado partir con su casco una viga de hormigón de cien toneladas han alcanzado la reelección.

Al seleccionar el objeto a estrenar, asegúrate de que no haya sido inaugurado antes. Las Murallas de Lugo, el Acueducto de Segovia, la Alhambra de Granada, e incluso el puente de Rande, suelen estar ya inaugurados. Pero si estás muy apurado, siempre puedes pintarlos de otro color y recibir una lluvia de huevos en la reinaguración. En contra de lo que opinan las gallinas, los huevazos públicos dan muchísimos votos.

Por nuestra parte, como ciudadanos, estamos en el momento ideal para pedir lo que sea. Un alcalde en precampaña nunca dice que no. Así que aprovecho para pedirle al mío una piscina olímpica, una plaza que lleve mi nombre, un mirador con vistas al Caribe, whisky barato para todos, seis pizzas, tabaco, y una docena de latas de cerveza fría. Para antes de la cena, si es tan amable. Y sí, de acuerdo. A falta de cinta, le dejo a usted cortar la pizza.

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