Opinión

Instrucciones para votar por dentro

El artículo 823 de la Constitución Española lo dice con la mayor claridad: “Todo español tiene derecho a no saberse la Constitución Española”. Mientras que el artículo 824 apostilla: “todo español tiene derecho a inventársela”. Bajo estas dos premisas que me ubican al amparo de la Carta Magna, voy a explicar de forma somera cómo se vota.

Para ejercer tu derecho al voto, lo más importante es tener derecho al voto. Pero no te inquietes. Ahora cualquier idiota tiene derecho al voto. Yo mismo ya he votado. Por correo. He pensado que si todos votamos por correo lograremos que el Estado deje de oprimir a esa cuadrilla seleccionada al azar, obligada a trabajos forzados en mesas de colegios cada domingo electoral desde que comenzó a celebrarse la fiesta de la democracia. Que es igual que cualquier otra fiesta salvaje, pero con la gente colocándose con papeletas en vez de papelinas. Eso sí, el colocón les dura cuatro años e incluye coche oficial.

Permíteme el tono académico. Tres son los elementos que todo votante debe dominar: “sobre, urna y papeleta” (Espinete y Amigos: Votar es divertido. Ediciones Barrio Sésamo, 1982). El sobre es una cosa blanca que pone algo sobre el Congreso y que debería tener el tamaño de un ratón joven. La papeleta es también una cosa blanca y así como estirada, que se mete dentro del sobre. Al final, lo ideal es meter el sobre en la urna y así el presidente exclama “¡vota!”, y tú puedes contestarle “¡y en tu cara explota!” si crees que la mañana de domingo está resultando demasiado aburrida. Si lo haces al revés, si metes la urna en el sobre, el voto será nulo, pero también la urna será nula. Y si consigues meter dentro del sobre al presidente de mesa junto a una pegatina de Peppa Pig, creo que invalidas todo el colegio electoral. Si mucha gente sigue tu ejemplo tal vez logremos que de estas elecciones salga un presidente del Gobierno. Yo iré personalmente a agradecértelo a la cárcel.

Todo sería más fácil si no hubiera Senado, que es una cámara latosa incluso a la hora de votar. De todos modos, en cualquier colegio electoral se distingue al Senado del Congreso muy rápido, porque sus papeletas llevan pinganillos de regalo para poder hablar catalán con la gente de Lugo. Por lo demás, el pliego del Senado es de color rosa, monísimo, y te obliga a marcar unas aspas como si estuvieras apostando en una carrera de caballos. Tienes que prestar muchísima atención a la hora de trazar las cruces, porque si el aspa te queda mitad dentro mitad fuera de la casilla, puede que salga elegido solo medio candidato, y después da una grima horrorosa ver a medio Senador correteando por la Cámara.

El sobre donde debes meter el pliego del Senado también es fácilmente identificable, porque es el único en el que no cabe. Aparte, si todo va bien, debería poner por fuera “Senado”. La burocracia moderna acostumbra a entregarse a formas de comunicación ingeniosas e intuitivas, salvo cuando se trata de publicar cuentas de resultados. Mi consejo para doblar el pliego de los senadores es que lo hagas empleando una función logarítmica, tan pronto como hayas terminado de marcar el cuadrado de sus catetos, agarrándolo para ello por los extremos de su hipotenusa, que corresponde a los ángulos rectos de la línea imaginaria que divide a los senadores de las senadoras.

Cuando termines estas operaciones y sepas exactamente por dónde iniciar la doblez perfecta, si todavía no han cerrado el colegio electoral, haz una pelota con el pliego y mételo en el sobre a la fuerza. Si se resiste, amenázalo con un mechero. La mayor parte de los pliegos del Senado a los que he amenazado con prenderles fuego se han quedado inmóviles. Además, si no lo haces, podrían escaparse del sobre y saltar fuera de la urna. La fuga de votos está a la orden del día.

Una vez que tienes todo metido en los sobres, llega el controvertido asunto de la lengua. Veamos. Nunca lo diremos las suficientes veces: no es necesario pasar la lengua humedecida por el pegamento del sobre y proceder a lacrarlo como si tu voto fuera a cambiar el curso de la Historia. Cada jornada electoral mueren cientos de personas desangradas a pie de urna, intentando tan arriesgada operación de sellado, después de cortarse la lengua con la lengüeta del sobre. Al ir a votar lo mejor que puedes hacer con la lengua es mantenerla dentro de la boca. Y lo mejor que puedes hacer con la boca es cerrarla. Si votas con la boca abierta, cualquiera podría meterte un voto dentro, y este año hay un montón de papeletas tóxicas.

Una vez que hayas ejercido tu derecho al voto, llega el momento de ampararse de nuevo en la Carta Magna. Leo el artículo 976: “En la jornada electoral, todo español que haya votado goza de inmediato del derecho inalienable a un sabroso aperitivo”. Este artículo 976 es conocido también en círculos legislativos como el “Derecho al pincho y caña”. El aperitivo es más sencillo de ejercer porque no entran en juego los sobres, ni hay que marcar casilla alguna. Si se hace en familia o con amigos de infancia, el aperitivo puede prolongarse hasta el cierre de los colegios electorales.

Después de todo vendrá el recuento de votos y conoceremos el resultado. Previamente, cuatro horas antes, saldrán los portavoces a exclamar la victoria electoral de sus respectivos partidos. Cuando al fin haya resultados reales, seremos conscientes de que España vuelve a ser ingobernable, y de que hemos estado perdiendo tiempo durante meses. Pero para entonces ya habrá un tertuliano en la radio diciendo que la normalidad democrática exige unas terceras elecciones. Si nadie se anima, seré yo mismo, acudiendo al artículo 68 de la Constitución: “El Congreso es elegido por cuatro años. O no”.

Gane quien gane hoy, no pierdas la calma, y no te lo tomes como algo personal. El único objetivo de que se sigan celebrando elecciones es evitar que aprobemos las leyes liándonos a tiros por las calles. Y, al fin, si te irrita ver el elevado coste de cada campaña, echa un vistazo a cómo se lo montan en otros lugares del mundo. Sale mucho más cara una guerra civil.

Te puede interesar