Opinión

A Obama le gusta el pin piribín pin pin

Dios nos regaló la uva para que pudiéramos comer fruta los que recelamos de los kiwis, las mandarinas, y el mango. Que lo hagamos tras un pequeño proceso de transformación carece de importancia. Es fruta y eso está lleno de vitaminas. El vino eleva nuestro espíritu, fomenta las amistades de verdad, las que son para toda la noche, y hace que los políticos tengan ideas brillantes, como estarse quietos de una vez, e irse a casa a dormir la mona sin aprobar ninguna nueva restricción de libertades, que es la primera consecuencia de soltar parlamentarios abstemios por el Congreso. El vino es más importante que la guerra y que la economía. La prueba es que cuando estalla la guerra o cuando se hunde la economía, todo se desploma excepto su consumo. Y el vino es, en definitiva, una extraordinaria noticia siempre. Digo más, queridos amigos: ¡tomemos un vino!

Descorcho un vino de la Ribeira Sacra para escribir esta columna. Y brindo por ustedes. No he podido entregarme a uno del viticultor César Enríquez. No hay manera de localizarlo esta mañana en las tiendas gallegas. Desconozco si se lo ha bebido todo Barack Obama –en cuyo caso, que tiemblen esos cerdos del Estado Islámico-, o si el feliz efecto mediático del brindis del Presidente de los Estados Unidos con Peza Do Rei ya se ha hecho notar en los comercios. Sea como sea, esto está muy rico, y proporciona todas las vitaminas que necesita un columnista febril y acatarrado para llegar al punto final de la página, sin naufragar antes en los mares del paracetamol, que lo más literario que ha inspirado tal sustancia es un bostezo inédito de Camilo José Cela. Diría que el vino tiene mágicas propiedades curativas, si no temiera que a la ministra de Sanidad se le ocurra empezar a dispensarlo en farmacias bajo severa receta médica. 

Que el Presidente de los Estados Unidos se rasque una oreja siempre es noticia de alcance internacional. Pero que lo haga inmediatamente después de brindar y beber un vino español es la mejor noticia de los últimos tiempos para la famosa Marca España. Siento este éxito de César Enríquez y su familia como propio, y estoy convencido de que el maravilloso mundo del vino español se habrá vestido de gala para celebrarlo. 

Y la historia lo merece. Gallego de Orense, tinto, un joven mencía de la Ribeira Sacra, elaborado por Adega Cachin fue el pasado jueves el protagonista del Congressional Hispanic Caucus. La élite empresarial, política y económica norteamericana brindó con este vino y el nombre y el sabor de España estuvo en boca de todos, y esta vez, no para reírse de nosotros, ni de nuestra irrelevancia internacional. Es posible que la forma más rápida de que alguien sitúe un país en el mapa es poniéndole un buen vino foráneo en la mano. Así que no descartemos recibir en los próximos meses un aluvión de norteamericanos ansiosos, escudriñando cada viñedo gallego, en busca de la botella de sus sueños. Por supuesto, no les señalaremos cruelmente el camino de vuelta a casa, sino la puerta de la bodega, abierta de par en par.

A lo largo de la Historia, Estados Unidos se ha distinguido por su llamativa habilidad para solucionar los problemas de otros países mucho mejor que los suyos. En eso se parece bastante Estados Unidos al vino. Por eso, y por ser la gran potencia mundial, les ha tocado intervenir en tantos conflictos con mayor o menor acierto, a lo largo del último siglo. Y quizá sea todo esto lo que explique por qué viene ahora Barack Obama a salvar e impulsar el vino español, haciéndole los deberes a nuestro presidente Mariano Rajoy, que no olvidemos que en la oposición gritaba aquello tan creíble y genial de “¡Viva el vino!”, probable cima de todo su discurso político. 

Hora del aperitivo sin pincho. Durísimo momento para el escritor. Confieso que baja esta botella más rápido que los argumentos del firmante. Eso es que o el vino es bueno, o el columnista está borracho. O ambas cosas. Me cuentan que Obama terminó la otra noche bailando una muñeira. De aquí a presentarse como alternativa a Feijoo hay sólo un par de copas más de Peza Do Rei, las mismas que me faltan a mí para aspirar a la carrera por la Casa Blanca. Pero antes he de ajustar algunas cuentas.

Tiene ahora Mariano Rajoy una ocasión de oro para dar un empujón al sector, confiando en que haya logrado enterrar ya esa bobada de Ley del Vino, que tan mal le parecía en la oposición, y que cuanto más la adornan, más fea se queda. No hace falta que Mariano oculte por más tiempo su pasión por el vino. Es más, preferimos que abandone algunas de las cosas que se trae entre manos, y se entregue con pasión a la copa, y a la tarea de promocionar, promover, y proteger el vino español. 

Oiga. A esa coalición encabezada por un Obama chisposo y de ojos brillantes, sí puede sumarse, Presidente. Y sin riesgos electorales. Basta con brindar, alzar una copa, rodearse de pequeños y grandes viticultores, y escucharlos; y si es posible, exigirle a las Comunidades Autónomas que no enloquezcan con la apropiación territorial de las excelencias de la uva, que nunca está de más recordar que la magia del vino es la capacidad de aglutinar, incompatible con cualquier empeño en excluir puerilmente. Visto así y leyendo la prensa de hoy, supongo que nada vendría mejor a España que una gran borrachera. Pero mientras no llega ese abrazo vinícola de los españoles danzando sobre sus fronteras, usted, don Mariano, siga la estela de Obama y métase con toda su alma a este lío de las cosas del buen beber. Que un presidente que tiene al mundo del vino de su parte, tiene todo ganado. Y si no, al menos, tiene a mano bodegas de sobra como para olvidar el fracaso, meneando esas caderas, y entonando a todo pulmón una buena Rianxeira.

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