Opinión

El pájaro del año

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La asociación ornitológica SEO Birdlife elige hoy al pájaro del año. Se disputan el reconocimiento el gorrión (Passer domesticus), el alimoche (Neophron percnopterus), y el sisón (Tetrax tetrax). Las tres especies han hecho méritos para ser elegidas pero la votación está muy reñida y cualquiera podría romper el cascarón y alzarse con la victoria. El más popular de ellos es el gorrión, pero nadie duda de la capacidad del sisón para seducir a los votantes, y del alimoche siempre se puede esperar alguna jugada carroñera de última hora. En la gran familia de los paseriformes desconfían de los dos candidatos menos conocidos, y en breves declaraciones en exclusiva a este articulista han expresado su ansiedad porque terminen los sondeos y llegue cuanto antes la cita con las urnas; se conforman con las actuales estimaciones de voto que les sirven una escueta ventaja: “más vale pájaro en mano”, comentan ‘off the record’ mientras me piden que cierre el pico.

Es sencillo reconocer al gorrión. Todo lo que abunda cerca del hombre y da saltitos picoteando con garbo, es un gorrión o una rana. Y las ranas no acostumbran a picotear, y muchos menos con garbo. La rana es un bicho al que se le saltan los ojos si lo pisas y con una limitación así su escasez es comprensible. No se entiende en cambio la alerta de la que nos hace partícipe la SEO este año sobre el gorrión, advirtiendo del descenso de población mundial por causas inciertas.

Tiene el gorrión color pardo el lomo, pico grueso, grisáceo el frontal, elevalunas eléctrico, y airbag de serie. La hembra, de tonos difusos, puede pasar desapercibida en una reunión de paseriformes, que son la mitad de las aves del mundo. El macho, en cambio, de marrones casi rojos, se presenta con tarjeta de visita y no hay duda de que estamos ante un gorrión.

Su canto no es muy bonito, pero resulta elocuente: el gorrión es el pájaro que dice “pío” con mayor nitidez y contundencia. Caben dudas al interpretar el significado de “pío”, porque sólo utilizan esta palabra para comunicarse entre sí, y por su entonación no es fácil discernir los matices, salvo que seas otro gorrión. Pero puedes estar seguro de que su “pío” es el mismo aquí y en la China Meridional.

Mi vida está hermanada con la suya. En casa de mis padres acudían cada tarde a comer galletas al balcón, y los veranos ribadenses de mi niñez están ligados a los primeros saltitos torpes de sus polluelos, que a duras penas logran levantar las alas. Pájaro urbano, se ha acostumbrado a vivir de las migajas que desperdician los hombres, aunque mantiene su equilibrada dieta, rica en proteínas gracias a esos insectos de los que nos liberan.

En España, desde 1998 su población ha caído un 10% y debemos contentarnos, porque en ciudades como Londres el gorrión ha desparecido del paisaje. Los viejos escritores londinenses podrían ahorcarse desconsolados si tuvieran ocasión de comprobar que su gran urbe ha perdido a la sutileza hecha pluma, a esa delicada poesía de la normalidad, a ese aliado de las letras, los tristes, y los solitarios de parque, que es el gorrión, nuestro gorrión, el pájaro que todos podríamos ser.

Feo como un alimoche, el alimoche presenta su cara como única candidatura. Su rostro, desnudo, amarillo y demacrado, que pareciera viva calavera, es su programa de proselitismo ornitológico con el que convencer al electorado. Su dieta es la carroña y en ese sentido nos resulta familiar verlo en las urnas, más aún si conocemos su gran dependencia de los desechos ganaderos. Nunca verás a un alimoche haciendo cola en una pizzería.

Es cierto que no juega la baza de la belleza, pero sí la de la tristeza. Su condición de animal “en peligro” de extinción en todo el mundo es comprensible, sobre todo al estudiar su comportamiento. El alimoche, de delicada salud, llega el último a las fiestas carroñeras. No tiene fuerza para desgarrar los trozos de carne más duros. Así que cuando buitres y demás depredadores se han cansado de destripar a algún animal –preferiblemente muerto-, llega él, con su cara pálida–hay quien cree que el alimoche padece gastroenteritis crónica- y su cresta blanca despeinada por la mala vida, el tabaco, el alcohol, y las mujeres, y trata de apropiarse penosamente de los últimos pellejos que quedan entre los huesos.

El alimoche a menudo se ve obligado a completar su dieta con otras cosas, y a falta de servicio de catering en la montaña, suele decidirse por animales menores. Entre las grandes humillaciones del alimoche está la de tener que comer insectos a escondidas, para que no lo descubran sus primos los buitres, que gustan de pitorrearse de sus debilidades.

Su amenaza de extinción puede tener algo que ver con sus conflictos laborales. La envidia es muy mala y el alimoche presume de ser uno de los pocos animales que ha desarrollado la capacidad de emplear herramientas en su propio beneficio: en África, donde el alimoche no se come un colín, ha aprendido a utilizar piedras para romper huevos de avestruz, un manjar. Un animal que ha de emplear una técnica tan elaborada para comer tiene poco futuro en una sociedad como la nuestra, que ha hecho del canario y su comedero de alpiste, y de los perros con Barbour, el paradigma de la nueva naturaleza.

A su favor, en la recta final de la campaña ornitológica, está precisamente su citada habilidad para romper los huevos a los demás. Existe en España una arraigada querencia electoral por los candidatos que mejor saben desarrollar esta actividad.

Que para los ornitólogos el más extraño de los candidatos a Pájaro del Año 2016 sea el sisón común no significa que los demás seamos ajenos a sus costumbres. Dice la SEO que su población ha caído un 70% desde 1998, como consecuencia de la disminución de su hábitat natural, zonas agrícolas y pastizales de aspecto estepario. La sabiduría de la naturaleza se descubre en estos sutiles detalles. Resulta todo un hallazgo que el sisón común necesite pastizales para poder vivir bien, y que su candidatura sea una de las más prometedoras en la gran cita del 20D.

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