Opinión

Quince minutos pensando

Llevo un cuarto de hora pensado y el mundo debería estremecerse por ello. No hay nada más peligroso que un columnista pensando, si excluimos a un columnista borracho y armado; que es por otra parte el estado habitual de todo articulista de fuste. No tanto por lo de liarse a tiros, sino porque el alcohol y las pistolas facilitan que los columnistas y tertulianos no duren más de la cuenta. La sociedad necesita un respiro de sus propios referentes. Y de vez en cuando es necesario un cambio generacional en el papel. Por suerte, el hecho biológico es bastante generoso en este aspecto con los lectores de periódicos. Y los que sobreviven a la dinamita y la ginebra lo logran, sencillamente, porque son verdaderos genios, inmortales. Seguirán vivos incluso cuando no estén. Nos los merecemos y no molestan. Es más, los echamos de menos incluso cuando están. Pero no. No he estado meditando sobre esto durante un cuarto de hora. He ido mucho más lejos.

Asomado a la playa. La barbilla sobre los nudillos. Es muy literario esto de la barbilla y los nudillos. La brisa del mar. Un frío de noviembre que hiela la sangre. También es muy literario lo de la sangre helada. Y alerta de temporal. Hace unos minutos que llueve con fuerza y no estoy seguro de que haya alguna solución para esto. Me gustaría culpar al cambio climático, o a los hombres del tiempo, o a los que mean desde los balcones pero, objetivamente, que llueva en España es lo de menos con la que está cayendo. 

El mar se come la playa y todo es espuma y hay una pareja dejándose a mi lado. Qué tristes son las despedidas junto al mar. Estos chicos -más joven él, más guapa ella- deberían saber que es más práctico despedirse en un McDonalds. Además, cuando el otro se marcha, siempre te puedes comer un McFlurry y ser feliz. Todos los cambios importantes en la vida comienzan con algo con chocolate, igual que todas las despedidas se ventilan con un buen trago. Y el vino, con su compleja función social, se reserva a las celebraciones de etiqueta y a los éxitos familiares. Es decir, aquellos festejos en los que no está bien que te subas a la chepa de tus amigos coreando canciones de Calamaro y pidiendo a La Bombonera que te acompañe con las palmas.

Quince minutos pensando. Una eternidad. He comprendido que el mundo no tiene arreglo y me siento mejor. Quemamos demasiado tiempo pensando que podemos cambiar las cosas. No es fácil. Yo mismo no he podido dormir en toda la noche. Es una tragedia. Primero esta profesión periodística, tan vocacional y tan genial, se encargó de servirme un cierre de edición de Neupic.com largo y atormentado. Después no había nada interesante en la nevera. Dramón. Un hombre que se acuesta con un yogur en el estómago es un hombre desarmado. Más tarde, ya en cama, las Erasmus habían convocado una suerte de maniobras militares en el piso de abajo. Treinta veces el aforo de la vivienda. Las evacuó la policía. Me pareció excesivo. En realidad, tras despertarme por tercera vez los aullidos de un búfalo borracho de origen centroeuropeo, yo era partidario de una medida mucho más ponderada que llamar a la policía, y es sumarse a la fiesta, servirse un trago, y tratar de tirar al mayor número posible de búfalos borrachos por la ventana. Miento si no confieso que al final me quedé dormido, con el móvil pegado a la cara y llamando al 112 con la nariz. Pero esto ocurrió a la hora en que sonaba el despertador. Así que he tenido que comprarme otro hoy. Últimamente no resisten nada esos cacharros.

Sin dormir se ven las cosas de otra manera. Sobre todo si te paras a pensar. En tu país, en tu gente, en tus impuestos. En todos los chorizos. Que nos decían que España era el paraíso de los ibéricos y creíamos que se referían a otra clase de cerdos. Piensas, paras. Y al lado se apoya una romántica y saca fotos del mar de noche. Me gusta la belleza de los abrigos de invierno. Hace a los hombres, señores, y dota a las chicas de un submundo enigmático y hechicero, en el que nunca podremos entrar. Lástima que esta joven, con su precioso abrigo largo y sus tempraneros guantes, lo estropee todo sacando fotos sin descanso. De tanto pulsar el botoncito se está olvidando de lo que habíamos venido a hacer: mirar el mar. 

He reflexionado sobre lo internacional y he llegado a la sanísima conclusión de que la guerra es inevitable. Deberíamos pensar en hacerla más breve y menos dolorosa. Pero el discurso del “no a la guerra” se lo van ustedes a contar a quienes están vendiendo en jaulas a decenas de mujeres cristianas en Iraq, para el disfrute sexual de esos trogloditas islamistas. Ocurre que Obama no se ha parado a pensar durante quince minutos sobre este asunto. Y en realidad, tengo dudas de que lo haya hecho alguna vez sobre cualquier asunto. Y así es imposible. Más preocupado por su imagen que por liberar a los sometidos a la barbarie terrorista diaria. Es inútil hacer la guerra, como está haciendo Obama, y pretender no quedar frente al resto del mundo como un cabrón. Es inútil e imprudente. ¿Sabes, Mariano? Arrecia el viento.

En cuanto a la política nacional, mi reflexión, breve: “Vale”. Comprendo que no es demasiado profunda, pero con argumentos más escuetos se han fundado partidos políticos. El viento se ha llevado la compañía. No queda ni la romántica, ni la ex pareja, y hasta se ha ido el joven sudoroso que estaba haciendo flexiones en la barandilla como si le pagaran veinte euros por cada una. En la recta final de este cuarto de hora pensando estoy agotado y el mundo sigue igual. No importa. Siempre podemos estar seguros de que dentro de veinte años estará peor. O tal vez no. Tal vez ya podamos volar como abejorros, posarnos en asteroides, y pasar el verano encima de una roca perdida en el espacio, que tiene que ser una sensación maravillosa cuando te das cuenta de que te has dejado los cartones de tabaco encima de la mesilla de noche. Definitivamente, nunca estaremos satisfechos. Nunca. Truena.

Te puede interesar