Opinión

Trump para dummies

América ha tenido tenido que elegir entre un candidato sin cabeza y una cabeza sin candidata. Así es como ha ganado Trump y que se preparen los norteamericanos porque la prensa europea está muy enfadada por el desdén con el que han desobedecido su mandato electoral. Por lo demás, Hillary nunca debió dejarse respaldar por Iceta, a quien se le podría morir de sed un cactus. Pero un cactus de plástico y flotando en una pecera. 

Trump no es exactamente un republicano. Es un populista. Es decir, un tipo que grita mucho, y que se crece cuando las masas lo arengan, y cuyo máximo ideario político es el color rosado de sus mejillas cuando se irrita, tan solo a veces sustituido por el argumento inapelable de la testosterona. Y sin embargo, su llegada a la Casa Blanca no es el fin del mundo, si pasamos por alto el predecible riesgo de que instale jacuzzis llenos de tailandesas en sus jardines o alce una réplica en yeso del Partenón frente al ala oeste. Estados Unidos va a cambiar, pero no tanto como para que empiecen a sonar las trompetas del Apocalipsis sobre la Vieja Europa, siempre tan informada sobre América del Norte como yo sobre las costumbres reproductivas de las amebas.

Sin duda, Hillary Clinton habría cuidado las flores de La Casa Blanca casi tan bien como Obama, pero lo que es seguro es que a Trump no se le colarán tantos espontáneos como los que han jugado a terroristas de broma durante el último año. Y tal vez en ese pequeño detalle empiece a atisbarse una explicación de lo que está pasando. 

Obama ha sido un presidente nefasto. Se ha empeñado en ser socialista en un país que está vacunado contra esos estados voraces y de amplias posaderas, que aplastan al contribuyente, y que tanto gustan en Europa. Se ha empeñado en resolver los conflictos internacionales sin mancharse las manos, tratando de ser el más listo de la clase en lugares como Siria, donde ya casi no hay clases, armando a los islamistas menos malos pensando que sus armas y su dinero jamás llegarían a manos de lo islamistas más malos. Y no ha sabido dar una respuesta firme -palabras aparte- a los grandes retos de seguridad, en particular, la solución de los problemas derivados de la inmigración y del auge del radicalismo islámico. 

Trump no es garantía de casi nada, excepto de su habilidad para quebrar hoteles, pero ha hecho algo terrible e imperdonable que, sin embargo, ha sido apreciado por los americanos: separar por un instante el discurso políticamente correcto a la hora de abordar los problemas. Después ha sido un grosero, un cínico, un maleducado, y casi un monstruo, pero Occidente debería sacar una conclusión de todo esto: hay dos forma de afrontar las migraciones, como hay también dos formas de afrontar el terrorismo: una, analizando el problema y tratando de resolverlo, y la otra, negando el problema por miedo a que alguien, en algún lugar del planeta, pudiera sentirse ofendido por el diagnóstico. 

El auge de los populistas está impulsado por la enfermiza negación del problema que viven los altavoces mediáticos y políticos occidentales, incapaces de entender que se puede declarar la guerra a las intolerancias derivadas del islamismo sin ir por la calle matando musulmanes. Le Pen también sabe hacerlo. La gran pregunta que podemos trasladar a nuestros políticos es: ¿preferimos que afronte el problema un Sakorzy o una Le Pen? ¿Trump o Clinton? 

Clinton -que estaba encantada de conocerse- era la segunda peor cosa que le podía pasar a EEEUU. La peor era Trump, porque en lo esencial, ambos aman igual de mal la libertad, solo que al menos una de las dos era genuina, era la mala conocida y no por conocer. Con todo, la victoria de Trump no es tan grave como nos quieren hacer creer. Pueden ustedes salir del búnker. En los 60, tras la estrecha victoria de Jonh F. Kennedy sobre Richard Nixon, el gran John Wayne dijo: "yo no voté por él, pero ahora es mi presidente y espero que haga un buen trabajo". Eso podemos esperar de Trump. Eso y que no vuelva a obligar a los contribuyentes americanos a pagar su mala gestión, como hizo con la mayoría de sus negocios ruinosos. Ahora también, confiemos en que en las próximas elecciones los republicanos se decidan a presentar a un candidato republicano. Aunque sea sin el apoyo de las conejitas de Playboy. 

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