Opinión

Último tren al 24M

Queda una semana de ‘Cuéntame’ en las calles. Con esos candidatos prometiendo traer la democracia a España. Con esos políticos besando vecinos como si estuviéramos en 1850 y el sereno se conociera a todo el barrio por su nombre. Y con ese invento vintage de la publicidad que es el coche con megáfono. Lo veo circular, con la cara plastificada del candidato, el conductor con el brazo en la ventana, voces eufóricas, y cancioncillas tan del 77, que me giro por instinto a ver si aparece Imanol Arias. Y viajo con la mente. Que a mi eso de los coches con megáfono y la musiquita me transporta a los agostos ribadenses, con El Molino anunciando fiestas, y agrupándonos en la barra a todos los gatos del lugar. Cada noche, una juerga. Lo mismo que prometen estos días cientos de candidatos a alcaldes, concejales, y toda variedad de ministrines.

“Educación pública gratuita y de calidad”, grazna un megáfono. “¡Acabaremos con la educación clasista del PP!”. Interesante. Me pregunto si esto lo harán antes o después de “traer la democracia a España”. Y también si los carísimos colegios de sus hijos son clasistas o no. Claro que el PP no traerá la democracia, pero a cambio está lanzando condones a los militantes en no sé dónde, que es una forma sutil de decir que es posible que las cosas no salgan tan bien como esperaban el 24M. Supongo que lo gracioso de las municipales es que los candidatos gozan de una libertad inconcebible en un partido con cientos de asesores dedicados –en teoría- a evitar que hagan el ridículo así.

En la prensa el candidato de moda proclama una “nueva era”, pero sospecho que sus entusiastas desearían a veces que fuera la “era del silencio”, porque tres días de campaña más y nos destrozan a la gran promesa de la política española. Y eso ahora que por fin había aparecido alguien con la arriesgada intención de vestirse el traje de Adolfo Suárez, y de no perder tiempo en discutir con gente que irrumpe en política sin pasar por la ducha.

En campaña. Castilla. Un páramo. Anteayer. Siguiendo los carteles para encontrar una gasolinera acabo en los restos de un mitin, en otra bonita metáfora de lo que te espera si acudes fiel al reclamo electoral. El candidato, ignoro sus siglas, bailaba sobre el escenario a ritmo de salsa, baile típicamente castellano, aunque de la parte habanera de Castilla. Movía el culo con la misma precisión electoral con la que un elefante es capaz de enviar un mensaje de texto por el móvil. Pero allí estaban los vecinos, entregados. Además en los carteles electorales se prometía de todo menos pasar hambre. Y vistas las dimensiones nada “fofisanas” del alcalde, el tipo sabe lo que dice.

-De perdidos al río, póngame un cubata que estoy haciendo un reportaje –digo, acodado en la barra del mitin-.

-¿Es usted tuitero?

-No.

-¿Fashion blogger?

-No.

-¿Facebook Star?

-No.

-¿Y entonces qué reportaje va a hacer? –me interroga la morena, con toda su militancia en los ojos de miel.

-Soy periodista…

-No sé cómo no me he dado cuenta antes, si se está marchando sin pagar.

-¿Y usted qué cree que va a hacer su amigo el del escenario cuando gane?

Y me quedé sin el segundo cubata gratis. El fantasma de las dos Españas, supongo.

Me asaltan octavillas. “Lanzamiento de deseos” en León. Al parecer, los candidatos han estado lanzándolos durante horas, porque quieren “que sus deseos se hagan realidad”. Me siento bajo un árbol a leer a Larra. Busco explicaciones. No es posible que un país pase del café para todos, el consenso, y las políticas de transición democrática, al lanzamiento de deseos. No es posible, a menos que haya pasado antes por el imperativo electoral socialista de 1984: “¡Rockeros: el que no esté colocado, que se coloque y al loro”. Tal vez eso explique lo demás.

Mientras Carmona reivindica la urgencia de recuperar la movida madrileña, entiendo que dejando de lado el asunto de la heroína y las hombreras, otros exageran para canalizar la hipocresía moral popular contra Cifuentes, canonizando en la jugada a Gabilondo, y tampoco es eso. Y todo bien mezclado, como en el tango Cambalache, porque allá donde los alcaldes no prometen “felicidad”, llegan los candidatos autonómicos asegurando “más autonomía”, que uno se pregunta para qué, si en política no hay nada más cómodo que dejar a otros que hagan tu trabajo.

Ya en Galicia, me entero de que el alcalde que puede presumir de buena gestión está por ahí gritando cosas contra el paro y los impuestos en España, como si estuviera en su mano algo más que poner flores en las rotondas. En un remoto pueblo lucense, botella de albariño al cielo, gritaba un candidato de finales de los 90: “¡vamos a acabar con la corrupción!”. Y por lo que hemos podido ver ahora, su concejal de Urbanismo no estaba aquella noche tan borracho como para prometer algo así.

Admiro el esfuerzo de los políticos en campaña para hacer creer a la gente lo que no son, y presumir de cosas que no van a hacer. Me sorprendería ver a Rajoy yendo al trabajo en bicicleta, pero me sorprendería aún más ver a Rajoy yendo al trabajo. Aunque no tanto como ver a Ada Colau cobrar su sueldo en esa moneda local que quiere crear para promover “el desarrollo local y el comercio de proximidad”. Si para hacer algo así es suficiente con que permitan a los comerciantes catalanes rotular en el idioma que les de la gana y dejar de levantar fronteras entre ciudadanos; con minúsculas. Que con mayúsculas, el candidato de León, se ha apuntado a la promesa del todo gratis: incluida la educación desde “los cero años” –edad inexistente en los humanos hasta esta campaña -. La gansada de lo gratuito, todavía. A estas alturas de la fiesta. Cuando ya sabemos perfectamente quién va a pagar las copas.

Termino. Lo bien que íbamos a vivir en España si ganara esa izquierda hundida que promete, “frente a la economía de la avaricia”, apostar por “la economía del amor, la economía del abrazo”. He intentado probarlo hoy en el super haciendo la compra y propinándole un buen abrazo a la cajera como único pago, y cuando quiera, señor García Montero, le enseño las marcas del bofetón. Me da que la idea es sugerente, pero hace aguas.

Te puede interesar