Opinión

Galicia en la encrucijada

En el censo de 1787 Galicia tenía 1,3 millones de habitantes, frente a los catalanes de los últimos siglos que sólo tenían 802.000. Bendecida por un clima templado y con generosos dones naturales, los romanos, buenos conocedores de ello, la explotaron, especialmente sus minas de oro y su vino criado en las laderas de las montañas. Galicia crece desde el inicio, y más en la Edad Media con el Camino de Santiago. Por ello, entre 1591 y 1752 duplicó su población. Con una buena agricultura autosuficiente, supo adaptarse rápidamente a los nuevos productos americanos como el maíz y la patata. Tuvo una buena industria popular, el lino, las salazones de pescado, la minería, las exportaciones ganaderas, el comercio de sus puertos… Todo conseguido con trabajo, siendo su mejor época el siglo XVIII. En el XIX entrará en crisis, fue un colapso de naturaleza maltusiana, se torna incapaz de atender las necesidades que genera su bum demográfico, y da lugar a un éxodo de magnitudes trágicas, emigración que aún sufre hoy.

El declive empieza por decisiones políticas que obligan a cambiar la vida tradicional gallega. La apuesta por la industria del algodón en el Mediterráneo, protegida con reiterados aranceles por todos los gobiernos de España, deja sin salida al lino, que era una de las mayores empresas gallegas. Añadamos los impuestos del Estado, que sustituyeron a los eclesiásticos, y acogotan al campesino obligándole a pagar con dinero, en vez de en especies. Aislada por ferrocarril, electricidad, que estaba en el otro extremo peninsular, y con carreteras infames, el Noroeste languidece, lejano, ajeno a los nuevos focos fabriles establecidos en Cataluña, con su monopolio de la industria textil, y en el País Vasco, cuya siderurgia también será protegida por interés nacional. Renace un poco por su esfuerzo y por el dinero de los emigrantes en el siglo XX, creando una industria conservará de calidad, con una gran flota pesquera que llegó a ser la tercera del mundo tras Rusia y Japón, unos astilleros que producían de todo y con gran calidad, y la industria lechera. La entrada en la UE fue un gran golpe, perdiendo lo que tenía, y últimamente la propiedad de la energía eléctrica y de sus entidades financieras. Sabemos y debemos recuperar el esplendor del siglo XVIII.

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