Opinión

Amenaza tormenta

Es martes, el día es extraño. De esos en que los dioses parecen burlarse de nosotros, los humanos. Estoy en la plaza Mayor. Amenaza tormenta. En días así, a los frágiles nos acosan viejas heridas y recuerdos.

Estoy solo, cierro el libro. Siento como si llamaran en el portal de mi alma. ¿Serán mis sueños derrotados? Ay, me visita aquel joven, casi adolescente, sexto de bachiller en el colegio Cisneros.

Te cuento, decir hoy vocación, qué antigualla. Pero de alguna manera los dioses marcan tu destino desde la tarima en que nos observan burlones. De aquellas, aquel joven se dejaba caer por la redacción de este periódico en la calle que hoy lleva el nombre de su director, Alejandro Outeiriño. De vez en cuando, le llevaba escrita a mano una borrosa crónica de atletismo.

Procuraba llegar a media tarde y miraba fascinado cómo los periodistas pulsaban las máquinas Olivetti, tan veloces como la carrera de cuadrigas de “Ben-Hur”. Siempre había cierto jolgorio. Entonces, los periódicos eran el abrevadero de escritores y artistas de la ciudad. Qué discusiones sobre la vida, la política y las grandes preguntas del hombre. Puras conversaciones socráticas.

A la extensa redacción iban llegando López Cid, Xocas, Risco. Cielo santo, allí estaba toda la generación Nós. Lideraba los debates aquel hombre, mitad monje mitad soldado, siempre artista y desafiante, Luis Trabazo. Escucho ahora su risa amiga, antigua y vagamente salvaje.

El venerable director don Ricardo, después don Alejandro, observaba con sonrisa casi compasiva cómo Blanco Amor entregaba su artículo con letras elegantes y menudas. Ay, era el terror de los linotipistas. Una hora después bajaba a talleres y corregía. Y si tal, al borde del cierre volvía con una frase tachada con lápiz rojo.

Aquel joven miraba deslumbrado a la redacción frenética. Como una revelación, pronto supo: “Esto es lo mío”.

Un sábado andaba yo por la redacción y sucedió. El jefe de Deportes va y me llama: “Ven aquí, chaval. Enfermó el cronista de deportes. ¿Tú te atreverías mañana a ‘hacer vestuarios’ después del partido? Ya sabes, unas cuantas preguntas a los entrenadores”.

Entonces, el Ourense era un potente equipo de segunda división. Conque allí me tienes. Le espeto con orgullo mi impoluto carnet de prensa firmado por el director al directivo del Ourense. Veo ahora mismo a aquel jovencito un poco tembloroso. Ay, estrena chaqueta, corbata y un inmaculado cuaderno. Hasta lleva una Parker 51 que le dejó un colega. El Ourense había goleado.

Estoy a las puertas del vestuario visitante, escucho gritos y una bronca del carajo. Me armo de valor y llamo. Sale el fulano con la cara desencajada. Como en las películas, le digo: “¿Tiene unos minutos para la prensa?”. El tipo no había digerido la derrota. Traía la cara de un empleado de pompas fúnebres. Me miró despectivo de arriba abajo, un poco intimidante. Y me despachó con cuatro breves tópicos. Así fue mi triste debut. Menos mal, con el entrenador local todo fue bien. Hasta me lucí con alguna pregunta sobre tácticas. Al día siguiente, ya estaba yo a la puerta del quiosco antes de que abriera. “Vestuarios, por J. Noguerol”. Yo era el hombre más feliz de la ciudad.

Lo bueno vino a la semana siguiente. El cronista seguía enfermo. El jefe de Deportes me llama a su despacho. “Mañana, sábado, a las siete has de estar en la puerta del estadio. Viajas con el equipo a Ferrol. Espabila, confío en ti”. Cómo es la vida. Aquel lejano sábado también debutaba Miguel Ángel, más tarde portero internacional. Nos sentamos juntos en el autobús, los dos temblorosos, él también cursaba sexto en el Cisneros.

Apenas dormí. El lunes, ya estaba a la puerta del quiosco a la hora en que las monjas rezan sus primeros maitines. Atrapé el periódico casi antes de que desanudaran las cuerdas. Me sentí mimado por la fortuna: “Crónica de nuestro enviado especial J. Noguerol”.

(Hace tormenta, estoy en la plaza, escucho voces que llaman por mí. Han pasado muchos años, tantos. Escucho la voz displicente de aquel entrenador altanero e insultante. Escucho la voz dulce de López Cid: “Grata como la hierba es la amistad”. Ya llueve, avanza hacia mí el rostro sonriente de aquel jefe de Deportes: “Mañana vas con el equipo. El periodismo es como la vida, no busques respuestas, haz preguntas”).

Te puede interesar