Opinión

La casita en la playa

Encontré a mi amigo hecho polvo, ya sabes, tiene eso tan frecuente ahora que llaman 'depresión de caballo'. Estaba sólo, pálido, cargado de ansiolíticos. Un 'gintónic' delante.
Lo conozco de la mili, allá en el 76, a donde llegué después de pedir todas las prórrogas posibles. Allí en seguida nos cobijamos en una oficina . Después, A Coruña. Fíjate como pasa el tiempo: Luis Mariñas, aquel periodista que hizo los mejores telediarios de los 80, me cedió el puesto para dirigir una rancia revista del Ejército y se fue. Menudos artículos patrióticos y discursos le preparábamos el amigo que hoy encontré y yo al vetusto coronel en la revista 'Finisterre'. Quizá tú la tuviste en tus manos en un crudo día de calabozo como único divertimento. Ay, qué cierta esa canción: "Yo tuve un gran amor en A Coruña".

Me estoy poniendo melancólico, así que dejo de divagar y te cuento. "Créeme -eso dijo aquel presidente-: hay armas de destrucción masiva en Iraq". Pero yo no me invento nada. Créeme.
Todo sucedió en una playa galaica este verano. Ay, la historia parece el retrato de una generación que se desvirgó en las barras americanas. La historia de los jodidos traumas que nos habitan.

Esto me contó mi amigo con esa voz pastosa de alcohol y pastillas:"Sabes, tengo una casita al lado de la playa, allí me paso siempre un mes de verano con mi mujer, a veces vienen mis hijos, poco. Este verano hizo mucho calor y no sé por qué anduve tan excitado sexualmente. Llegué a pensar que mi mujer me echaba ' viagra' en la comida. Ella está cerca de los 50 pero se cuida. Como ves, yo soy un adicto al gimnasio.

Sucedió una tarde al llegar de la playa y ducharnos. Comenzamos a hacer el amor en la habitación. No a esa hora, pero con frecuencia nos visitan amigos que veranean allí con nosotros. La puerta estaba abierta, alguien subió al apartamento, nosotros estábamos a lo nuestro y no oímos nada. Era una amiga de mi mujer que yo apenas conocía. Lo cierto es que nos pilló en plena sesión erótica. Se quedó sorprendida en la puerta. No sé cómo me atreví pero le dije: 'Venga, únete a nosotros'. Qué sorpresa: así lo hizo. Al principio yo me sentí un rey moro con una mujer a cada lado. Atónito, presencié como se enredaron entre ellas con gran fogosidad.

Maldita sea, salieron escopeteados todos mis traumas generacionales. No soporté tan intensa sintonía: sentí envidia. Casi con violencia las separé, créeme, no fue tan fácil.

Ahora la relación con mi mujer es pésima. Fíjate qué miserable soy que como el zorro sigo su rastro cada día, ávido de saber si todavía se encuentran".

(Lo escucho, no lo aconsejo. Se va lleno de zozobra. Me quedo pensando. Demasiados maestros de alas negras. Qué difícil es desaprender.)

Te puede interesar