Opinión

"Mala reputación"

Ay, hermano lector, a ver cómo te cuento sobre ello sin parecerme al abuelo que cuenta sus batallas. Mucho se ha escrito estos días sobre el cincuentenario mes de mayo en que mi generación puso patas arriba París.

Yo no llegué a estar en la cita de aquel mayo del 68, la rocé. Arribé justo en los 70 a “desasnarme”. A la salida de la estación de Austerlitz quedé jodido cuando leí en un muro: “Mayo del 68, las esperanzas vencidas”.

Pero después, en los meses que habité muy cerca de Saint Germain de Prés, allí donde se incendiaron los sueños, me di cuenta de que muchas cosas habían cambiado. En la Sorbona ya no subían al estrado líderes como Cohn-Bendit, que enseñaban Filosofía, cómo hacer un cóctel molotov, tácticas de guerrilla urbana y cómo defenderte en los interrogatorios si el “ogro fascista” te acosaba. Todavía se repartían panfletos para apuntarte a Bolivia a luchar por las tierras del Che.

Nahia, nuestra hada en París, la navarra libertaria, me consiguió una buhardilla que compartí con un irlandés bebedor y soñador.

Te juro, hospedé a muchos españolitos extraviados, y a algunos de los primeros insumisos de nuestro ejército. Alguna vez durmió allí otro hijo del 68, que, como todos, se buscaba la vida a salto de mata: Amancio Prada.

Ya tenía en su mochila versos de Rosalía, pero nosotros le pedíamos “La mauvaise réputation” de Brassens. Ay, la cantábamos todos, eufóricos, después de beber Anís del Mono que nos servía Antoine, gran admirador de Picasso. Hablo del café La Boule d’Or.

Quiero hablarte de los amigos que conocí en La Boule, un café grande y romántico. Allí iba algunos días Simone de Beauvoir, siempre tan sensual y rodeada de estudiantes casi adolescentes. Allá al fondo había una mesa larga donde abrevábamos los sesentayochistas y que llamaban “la mesa de los españoles”.

Así era, a eso del mediodía, entre diez y quince españolitos nos citábamos allí. Ay, los veo, nos veo a todos, barbudos, libros de Sartre, Lowry, Kavafis, Lorca, Mayakovski y sobre todo Machado y Hesse. Volaban de mano en mano. Imagínate, pocos tenían dinero. Ah, siempre invitaba el poeta zamorano. Para algunos el tazón de café, la crêpe y el coulant de chocolat eran el alimento del día.

Carajo, qué habrá sido de los dos hombres mayores y de vidas extremas que no faltaron nunca a la tertulia. Qué agallas. Alfredo el Cacereño había luchado en el frente de Madrid con el Quinto Regimiento. Cuando se ponía alegre, se erguía y cantaba: “Venga jaleo, jaleo./ Suena la ametralladora/ y Franco se va a paseo./ Madre, yo me voy al frente/ para las líneas de fuego”.

Cómo es la vida. Huyendo, saltó los nevados Pirineos en el 39. Enseguida empalmó con otra guerra y contra el mismo enemigo. Se alistó en el bando francés contra los nazis. A veces, Alfredo, enternecido, nos enseñaba su tesoro. Una arrugada página del periódico L'Humanité de agosto del 44.

En la foto uno de los primeros tanques que entró en París, en la chapa, con letras desiguales, se lee “Guernica”. “Mira, ese de la esquina sentado junto a la escotilla del tanque soy yo. No me digas que no me reconoces a pesar de los años.

Ya sabes, los franceses lo taparon, pero los primeros que entramos en París fuimos los tanquistas españoles”.

En La Boule se dejaba caer con frecuencia Paco Ibáñez, ya tenía cierto éxito: “Españolito que vienes/ al mundo, te guarde Dios./ Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”. Inevitable escribir sobre el Príncipe Galín, alma de líder. Después, regresó a Santiago. Alguna vez acudí a su tertulia en el Derby. Dandy, ácrata, cantante, de todo, fue el último de una estirpe libertaria y festiva.

(Aquel viaje en el Dos Caballos de Nahia: íbamos cinco o seis apretados, Agustín también. Se reía: “Como a Ítaca”. Al llegar al cementerio de Colliure nos conmovimos ante la tumba de Machado.

Mis últimas líneas son para el padre de todos nosotros en La Boule d’Or. Poeta y catedrático, se exilió en París tras liderar en el 65 una gran manifestación estudiantil en Madrid. Ay, Agustín García Calvo. Generoso como un dios, jamás decía no cuando en un aparte le dábamos un sablazo. Cuántos largos debates y cafés. Acertó, ya decía: “Vienen tiempos en que mi asignatura, el latín, y las humanidades mutarán en la frialdad del tecnócrata”.)

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