Opinión

Música con entrañas

Te cuento tal fue. Aún me ronda la emoción. Excúsame si presumo, pero el veterano guitarrista me dedicó mi blues favorito. Ay, me clavó el curvo aguijón del escorpión. Todas las imágenes de los viejos tiempos subieron por mi vértebra. 

Pero te cuento. Actuó en la ciudad Javier Vargas, tal vez el mejor bluesman del sur de Europa. Su banda, la Vargas Blues Band, sonó rotunda, auténtica y poderosa. Enseguida nos atraparon sus riffs. Hermano lector, seguro lo sabes, por ejemplo, Javier toca y graba con Carlos Santana y recorre iluminado todos los continentes. Allá, en los 80, ya compuso los mejores temas de las últimas décadas. Carajo, ya componía la música de aquellas canciones divertidas de la Orquesta Mondragón.

Ah, sonaba el blues y nos vi en mi guarida de Piamonte, 25, Madrid, década de los 80, tiempos luminosos de la Movida. Javier recuerda: “Qué será de Julia, aquella chica que tenía el hechizo de una geisha: se encargaba de que sonase sin interrupción Jimi Hendrix y de que no nos faltase el té moruno y lo demás”.

Javier solía llegar a eso de las tres de la mañana con su guitarra y una botella de ron Negrita. “Espabila Jaime, hay que ponerle letra a este tema”. Así amanecíamos, felices y creativos. Permíteme que recuerde. Fue una noche de principios de los 80, diluviaba en Madrid. Le dije: “Tengo una letra generacional, a ver si te gusta, Javier”. La leyó lentamente. En momentos así parece que sus ojos miran hacia adentro. Se quedó pensativo, tal si convocase a las musas. En un impulso, tomó con decisión su mimada guitarra Gibson. Y fluyó la inspiración. Aquella noche sonaron los primeros acordes de “Extraños en el escaparate”. A las nueve de la mañana despertamos a Miguel Ríos en su casa cercana al parque de Berlín. Meses después “Extraños” marcó los tiempos de gloria del granadino.

Sonaba el blues en el café Auriense, un local íntimo, como le gusta a Javier. De pronto, sentí la visita de mis amigos músicos que llamaban siempre a horas imprevistas a mi puerta de Piamonte, 25. A veces, por su manera de pisar las crujientes escaleras, acertaba quién subía. Por ejemplo, percibía los pasos dubitativos de Manolo Tena y toda su tristeza. Una madrugada me contó el proyecto de Cucharada. Aquella banda nació muy adelantada a su tiempo. Manolo cantaba vestido de monja. ¿Y qué hacía yo allí? Pues, mira, éramos muy jóvenes y audaces. Me vestía con una chaqueta de militar y encima una estola, como de obispo. Carlos Oroza me había enseñado a recitar. Algunos críticos dicen que fuimos los pioneros del rap. Situábamos en una esquina a alguien atado de pies y manos, camisa de fuerza y la boca amordazada. Siempre subía alguien del público a rescatarlo. Cuenta Julián que fue después de una actuación de Cucharada en Vigo cuando decidió montar Siniestro Total.

Ay, Manolo Tena. Inevitable. Me cuenta Javier: “Hará unos años, allá en los 90, Manolo andaba dando bandazos por el foro. Ya sabes cómo era. En un pub me lo encontré muy abatido. Yo tenía un tema para un cantante amigo. Pero al verlo le dije: ‘Te voy a dar un tema que te pondrá de nuevo en el camino”. Así fue. Javier, generoso, le pasó las notas de “Sangre española”. 

Veo ahora el rostro de Fernando “el Calvo”, su armónica. Estremecía. Ojalá estuviese aquí esta noche, como tantas en Madrid. Él se definía, como Javier Krahe: “No quiero saber nada de eso que llaman éxito”. Conque le pregunto por él a Vargas: “Por allí sigue, a lo suyo en las ‘jam sessions’ más genuinas”. 

Pasan por mi mente muchos rostros. Hilario Camacho, que partió, como quería, antes de los cincuenta. Salvador Domínguez, guitarrista arrebatado con el que trabajé. Los hermanos Campillo, una noche hablamos de la “raia” y nació “Espaldas mojadas: Voy cruzando el río”, como el barquero de Feces del que escribí. Ah, Luz Casal y su voz tan hechizante.

(La Vargas Blues Band toca “Chill Out (Sácalo)”, tan latino: “Dolor, dolor y resentimiento / andan ya sobrando aquí”. Termina el concierto. Javier me dice “Mañana estaré en Alemania, pronto tocaré en Rusia. La gitana que me echa las cartas me ha dicho: ‘La verdad es el camino. Tu destino es llevar tu canción de aquí para allá’. Venga, Jaime, como en los viejos tiempos, llévame por los callejones más viejos de esta ciudad. Ay, ‘esos sitios tan tristes, que hasta tienen alma”.)

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