Opinión

El periscopio del bardo

Sí, señor. Un tipo auténtico. Un pura sangre de la última tribu de los “auténticos”.
Ah, se ha olvidado ese término, apenas se dice. Ya sabes, auténtico es “ser lo que eres”. O, en términos líricos, “llegar a ser el que eres”. Te hablo de Nacho Martínez. Claro que sí, seguro le conoces. Es el cantautor callejero que interpreta además, por ejemplo, a Sabina, con todo el arte del mundo. Lo verás algunos días en la calle del Paseo, voz quebrada, entregándonos lo mejor de sí mismo.

Hace unos meses tuvo un golpe de suerte. Estaba cantando “Palabras para Julia”, esa versión que hacen Los Suaves del poema de José Agustín Goytisolo. Sucedió que pasó a su lado Yosi, el líder de la banda. Sin dudarlo, se acercó y cantaron juntos la canción. Alguien lo grabó y las redes tuvieron récord de visitas.

Pero, te cuento. Me cité con él para saber de su azarosa vida. Y es cierto, su vida es la crónica de su generación, la que nació en los entristecidos años cincuenta. 
 

“A los dieciséis años me enrolé voluntario en un submarino de la Armada. El S33. Todavía vaga por mi mente. Qué barbaridad, lo había salvado del desguace el Gobierno español comprándoselo a Estados Unidos. Pura chatarra. Había hecho la lejana guerra de Corea. En el periscopio estaban escritos los nombre de los barcos que había hundido. Créeme, tengo buenos recuerdos. Hacíamos frecuentes maniobras cerca de Ibiza. Entonces era una fiesta. Cuando podíamos, usábamos el periscopio para ver las primeras nórdicas nudistas”.

Cuatro años después, Nacho regresó a Vigo. Tiempos de lucha antifranquista, militando en la Liga Comunista Revolucionaria. Siempre la guitarra cerca. De pronto, el músico me mira serio y triste: “Eran los primeros setenta. Ahora sé que aquello fue programado para desactivarnos. En un mes, Vigo se llenó de heroína. Desinformados, ingenuos, la mayor parte de nosotros se enganchó. Qué torpes, cambiamos las manifestaciones y la vida por el polvo blanco. Se acabó la amistad. Vivir para tu dosis. Las cuentas no me salen de tantos amigos que se han ido. Carmen Avendaño afirma: ‘Fue un exterminio’. Es cierto. A finales de los noventa pasé cuarenta días bíblicos encerrado en un centro. Tuve suerte. Desde el 2000 estoy limpio. Mi genética me ha ayudado. Sorteé todos los maleficios. Después tuve muchos trabajos pero dentro de mí sentí siempre la llamada del bardo que soy”.
Ahora, Nacho sonríe: “No sé la razón, pero Ourense me fascina. Tengo la sensación de que la gente me quiere. Mi momento más feliz es cuando un niño me mira con sus ojos grandes y obliga a sus padres a detenerse. Amo a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Yo hago lo que puedo. Sé bien que recibes lo que das. Mi secreto, la cabaña solitaria que he construido en los montes de O Courel. Allí intento ‘llegar a ser el que soy’. Bueno, hay más: a veces los dioses hacen regalos a los desobedientes. Esta ciudad también me ha dado un amor”.

(“Anoche soñé que miraba por el periscopio de aquel vetusto S33 y leía en el mar: Nacho, date con un canto en los dientes”.) 

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