Opinión

Las uñas de los pies…

Estoy leyendo con emoción una novela de locos, “Tempo de pedra”, del psiquiatra Ramón Area. Intermitentemente me detengo para reflexionar.

Ay, no debe de haber cosa más triste que el cementerio de un psiquiátrico. Encima, olvidado, dejado de la mano de Dios. ¿Quién va a visitar esos lugares? Como en los cementerios de los condenados a muerte de Estados Unidos, no hay ningún nombre en las lápidas. Solo un frío número. Mejor no tener memoria. Al demente se le excluye incluso el nombre. ¿Quién va a rezar a la tumba de un loco?

El psiquiatra halla una lápida escondida en el manicomio de Conxo: “Hier ruher Friedrich Wilhelm Mette. Kapitan. O.S. Santa Ursula. 1875-1917”. Aquí está mi novela, se dijo. Un coctor escéptico y un enfermo rebelde. “Ai dos vencidos!”.

El forense Serrulla investiga los muertos anónimos que yacen en las cunetas de los caminos españoles. Me dijo: “He recuperado algunos; queda tanto por desenterrar. Fue emotivo dar sepultura en el cementerio de Sandiás a los restos del ‘guerrilleiro’ Perfecto de Dios que esperaban en un descampado de Ávila”.

“Tempo de Pedra” me hace recordar mis vivencias en Marruecos. Ay, España nunca fue generosa en tierras del Rif. Todo está sembrado con los despojos de ‘soldaditos’ españoles. Nunca nos fue bien allí. Ah, el desastre de Annual. Presencié como en muchas ‘cabilas’ permanecen restos de cementerios que la vegetación cubre. Recé conmovido en alguno de ellos.

Francisco X. Fernández Naval, en su novela “A noite branca”, narra como en las nevadas tierras de la santa Rusia yacen multitud de miembros de aquella desgraciada ‘División Azul’ que luchó junto con las tropas del Führer, allá en la vieja Stalingrado. Me dijo: “Están bajo el hielo y tal como murieron, batallones enteros…”.

La solitaria tumba del capitán Friedrich Wilhelm Mette en Conxo golpea mi mente. Lo conté alguna vez: En Larache, en medio de la desolación de un cementerio español olvidado, hay una tumba al estilo musulmán. Allí eligió ser enterrado el brillante escritor ‘maldito’ Jean Genet.

Pienso, todos deberíamos ir, al menos una vez en la vida, a Auschwitz. Contemplar los crematorios de Ravensbrück. No sé por qué, “Tempo de pedra” me hace recordar los viejos zapatos de los gaseados. Aquella casi artesanal botita ortopédica con alambres.

¿Sabes?, conocí al hombre que ayudaba al doctor en los años 50 en el manicomio de Toén: era un oficio duro y triste. Ponía los aparatos del electroshock sobre las sienes del ‘loco’. El doctor apretaba el botón. A veces, era como si saliesen y se materializasen todos los males del paciente.

(“Tempo de pedra” me enseñó que a los muertos les crecen las uñas de los pies. Con él recorrí las tumbas sin numerar de todos los caminos. Vi a mi amigo Leopoldo Panero caminar de tumba en tumba buscando el calor de los muertos. Los monstruos de los mares que se tragaron el barco del capitán alemán.)

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