Opinión

La serpiente descamisada

Jaime Noguerol

Decidido: los tertulianos nos vamos de viaje. Recordarás hermano lector que no hace tanto escribí sobre nuestra airada tertulia. Como una orden, como un mandamiento, cada semana sin excepción acudimos los siete, a poder ser con el pico afilado, listos para arreglar este puñetero mundo.

Nuestra tertulia ya es como un lugar sagrado. Ya conté que en las últimas semanas nos habíamos hecho una severa autocrítica. Concluimos que nuestras mentes sobrecargadas necesitaban aire puro. Alguien recordó a Albert Camus: “Ser viejo es no salir de casa”. Llevamos tantos martes llenos de preguntas. Tantas veces contamos el cuento de nuestras vidas. Cierto, seguimos fervorosamente las consignas de Sócrates, no damos demasiadas lisonjas, el halago debilita. A mí me ponen con frecuencia a caldo mis artículos. Qué tonto enfadarse. Mejor seguir el consejo del griego: “Escucha en silencio, agradece y corrige”.

Te cuento, decidimos hacernos nuestro regalo de Reyes. Curarnos de tanta discusión, palabrería y algún enfado. Ay, curarnos de nuestros naufragios sentimentales. Desde la plumilla y el tintero hasta el ordenador, ha sido muy largo el viaje.

Mira tú, un tertuliano escupió certero una tremenda frase que nos hizo guardar silencio y meditar: “Son tiempos en que el hombre ya enseña al diablo. El alma está desprestigiada y te la compran ya por baratijas”.

Hubo discusiones sobre a dónde ir. Todos rechazamos hacer una etapa del camino de Santiago, todo el mundo lo hace. Alguien propuso Ibiza, otro Orán, otro visitar a los confortables europeos de Estocolmo. Lisboa, París, no, no, demasiados recuerdos. Otro, trabajar esos días en una ONG. La desechamos porque los que necesitábamos ayuda éramos nosotros. Hubo entusiasmo cuando el tertuliano del que nada sabemos propuso una retirada conventual. En el monasterio llevaríamos la austera vida de los monjes. Ora y labora. Ay, no pudo ser, nadie da alojamiento a siete humanos un poco desquiciados.

¿Recuerdas, lector, al tertuliano, hijo de militar, que había nacido y vivido en Marruecos, allá cuando el Sidi Ifni era una provincia española? Pues se atrevió a insistir “Paul Bowles, el escritor americano que vivió en Tánger, decía con frecuencia: ‘La arena, la soledad y el cielo estrellado del Sáhara curan’. Vayamos, y volveré a pisar la arena. Quizás aún contemple los restos de los cuarteles y de aquel cabaret que describió Pérez Reverte, al que conocí allí cuando era corresponsal y todas las noches bebía con los legionarios hasta el amanecer. Ay, vio cosas que no pudo contar”. 

No hubo más. Ese será nuestro destino. Ninguno de nosotros se arredró, sólo uno se echó atrás, demasiada aventura para él. De inmediato, dos tertulianos, el bancario y el profesor, organizaron todo. Ya están reservados los billetes de tren hasta Algeciras. Hasta los tiques del barco que nos llevará a Melilla y el 4x4 que alquilaremos allí, siempre rumbo al sur.

Inevitablemente visitaremos Annual, donde los rifeños de Abd el-Krim masacraron a nuestras tropas en una de las derrotas más trágicas de nuestra historia, el 22 de julio de 1921. Parada breve en Tánger para conocer los lugares que amaron Paul Bowles y al que llamaban el hombre invisible, William Burroughs. Evitaremos Marrakech, tan llena de turistas, aunque allí vivió Juan Goytisolo. Después, volando a Agadir, Tiznit y por fin Sidi Ifni, nuestro destino.

Qué feliz se sentirá al reencontrarse nuestro contertulio hijo de militar. Ojalá estén en pie todavía los austeros cuarteles del tercio. Ojalá todavía habite un musulmán en la casa en que él nació, desde donde vio las caravanas de los últimos hombres azules internarse en el desierto.

Seremos precavidos, llevaremos una sólida tienda de campaña, capaz de soportar tres bíblicos días en el Sáhara. En el zoco compraremos una buena tetera de bronce, buscaremos a alguien que nos aprovisione de ciertas plantas. 

(Ay, yo estaba allí en los 70, cerca de Agadir, entonces huíamos de la Navidad en blanco y negro, y era costumbre progre vivir esos días escuchando al almuecín. Sí, yo estaba allí, justo cuando asesinaron a Carrero, lo escuché por un pequeño transistor y a escape me vine para España.

Ah, también me vendrán recuerdos. Instalaremos nuestra tienda ya adentrados en el Sáhara para sentir su hechizo. Apenas unos dátiles, mucho té, mucho silencio y las hierbas que nos dará el hombre santo. Cuando tú lector, leas estas líneas, quizás nosotros ya estemos allí.

Los viejos musulmanes dicen que cerca de los oasis habitan serpientes con dos cabezas, una en cada extremo. Cuentan que se descamisan con frecuencia. Ojalá nosotros también dejemos las viejas heridas sobre un arbusto en el desierto.)

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