Opinión

Un buen saxo de fondo

Alba Noguerol.

Cuánto nos conmovió Adriana al presentar el viernes en el Foro La Región el libro de su padre “Juan Griego”. Mira tú, ahora es la directora general. Adolfo dijo discreto: “Menos mal que se ha ido la camada de directivos que tenía, casi me llevan a la ruina”. Ahora sus hijas mandan. Al fin, se prepararon en excelentes colegios con cultura espartana. Él les enseñó a salvarse de lo sombrío con la música, la naturaleza y el diálogo socrático que conduce a la verdad. Cierto. Ellas saben, necesitamos el arte para no perecer de realidad.

Ay, yo las vi corretear curiosas por la fábrica cuando eran niñas. Allá, avanzados los lejanos 90, yo trabajaba con Adolfo en asuntos de prensa. Entonces escribimos el guión de “Sin aliento”, que incluye en su libro. Me encargó crear el personaje de Jimmy, músico, un tipo que vive en el lado oscuro, que ama la noche, el límite y lo clandestino. Cómo disfrutamos haciéndolo protagonista de un atraco a una gasolinera vestido de Pancho Villa, con largos revólveres y su sombrero mexicano de más de un metro. Imagínate las caras de los atracados. Alguna vez llevaremos esto al cine ¿verdad Adolfo?

Decía Manuel Machado: “Antes que poeta me hubiera gustado ser un buen banderillero”. Intuyo que Adolfo, antes que modisto le hubiera gustado ser el contador de historias que ya es. El viernes estaba radiante. Me dijo: “Créeme, escribir este libro ha sido épico”. Te cuento hermano lector, y no es jabón,  hasta donde he leído, como dicen los franceses, “ça m’a touché”. Me ha tocado. En el libro están, por ejemplo, los aullidos de terror ante el verdugo; el grito de Munch; la "tierna ingenuidad de los buenos y la envidia corrosiva de los peores’" todas las grandes preguntas y la búsqueda incesante de respuestas; la ternura; el poder que miente siempre; sus hijas; su Karma…

Adolfo es sorprendente. De todas las generaciones de posguerra que pasaron por el viejo caserón del Seminario, sólo a él le escuché decir: “Allí fui feliz y aprendí”. No me resisto a contarlo de nuevo. Sus colegas de Seminario son testigos. Estuvo de bibliotecario, y se atiborró de los clásicos. Un día de suerte dio con el cajón de los libros más prohibidos. Qué festín literario. Mientras sus compañeros ahuyentaban sus represiones golpeando con fiereza el balón, él se subía a lo más alto de un cerezo y abría las páginas sagradas de San Juan de la Cruz, su favorito. Quizás fue con los cerezos en flor, cuando descubrió al escritor que más ama: Juan Rulfo. Ay, centenares de veces habrá leído “Pedro Páramo”.

Suele decir: “Leo mucho pocas cosas, pocos libros”. Escribir es su remedio: "Limpia mi mente, huyen mis miedos y los espectros que me habitan". Cuando está triste pule aquí y allá lo que ha escrito ayer y busca con ansiedad a Shakespeare. 

(“Sujeto, verbo y predicado, eso es todo Jaime, pocas metáforas y escasos adjetivos”. Ahora, sabio, siembra su huerto, lo limpia de malas hierbas, tal como lo hace cuando escribe. Voy leyendo despacio su libro. Parece llevar el arado romano en las manos, y arar con dos lentos bueyes. como él vio hacer en su infancia en su aldea de Trives.

Ya sabes: “Hasta que no has visto caer a un hombre y levantarse, no sabrás cómo es él”. Ay, yo vi aquel día a Adolfo caminar entre las cenizas de lo que había sido su fábrica y supe con certeza que  levantaría el vuelo. Se sentó solitario en medio del desastre. Recordó el velero desvencijado que había en su casa y con el que recorría de niño todos los mares. Pronto 500 tiendas llevarían su nombre en todos los continentes. Suele decir “La vida es dura, hermano”. Quizás  sea cierto el verso de Lorca “La vida no es buena, ni bella ni sagrada”. Claro que Adolfo afirma “A mis 68 años soy un hombre feliz”.)

“Juan Griego” es atrevido, intenso, provocador. El autor es fiel a sí mismo. Te invito a que lo leas. No olvides un buen saxo de fondo.

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