Opinión

Una ciudad hambrienta

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Bienvenida a la ciudad, Luz. A esta ciudad telúrica que tiene una fiebre extraña y que, presiento, sentirá mejor tu respiro que ninguna. Aquí las diosas danzan sobre el agua caliente mientras los trovadores recitan versos. Versos que son como cantas tú: rasgan el velo del destino.

Créeme, a veces no puedo soportar tu voz cuando interpretas "Negra sombra", algo sube por mi vértebra. Es como si por una rendija viese las cosas que no deben ver los humanos. Entonces, me levanto y desalojo el vinilo como si lo temiese.

Ay, cómo es la vida, Luz. Déjame que derrame algún recuerdo. Sería el esperanzado 82 de la llamada movida madrileña. Yo colaboraba en aquel mítico programa de radio, "El búho". Cierto, cuando a las doce en punto Paco Pérez Bryan colocaba el primer disco, todo Madrid guardaba un silencio emocionado. Recuerdas, una noche unos músicos enfadados tomaron el programa por las bravas al grito de "esta noche sólo se va a escuchar nuestra música". Después todo terminó en una fiesta. Qué será de aquel tipo, El bomba, que lideró aquella desquiciada cuadrilla de asaltantes.

Ah, Luz, te estoy viendo entrar aquella noche en el estudio por primera vez. Traías bajo el brazo aquel divertido tema, "El ascensor". Venías radiante, más, arrebatadora. El destino, Luz. El destino. Paco y tú os mirasteis, y lleváis ya tres largas décadas amándoos sin interrupción.

Pronto nació tu primer disco. Allí estuvieron los mejores guitarristas del foro. Me invitaste a escribir algunas letras juntos. Como dicen los críticos, el disco fue un tiro. ¿Te acuerdas qué follón con Ramoncín? Estábamos en tu casa dándole los últimos retoques a unas letras. Tú estabas preocupada, Ramoncín había mandado sólo la mitad de una letra. El tiempo se echaba encima y el resto del texto no llegaba. La verdad es que fue con inocencia, decidimos terminar nosotros el tema. Se montó la de San Quintín. Cuánto se enfadó al enterarse, salió su espíritu de chico de barrio y vamos, temí viniese a por mí con una navaja albaceteña.

Ayer escuché "Cleptómana", que está en tu disco "Luz". Esa canción fue para mí como una herida. Una canción con mala suerte. Hasta Sergio Castillo, aquel batería de feeling cubano que compuso conmigo el tema, falleció poco después. Como si todo aquello tuviese un mal fario, y tú apenas te atreviste a cantarla alguna vez. La historia ya empezó mal: el título que le impusieron rompe la magia y el misterio. "Nadie puede sospechar mi gran placer / mi debilidad semanal / Qué cosa tan brillante / Será mía en un instante / Ya es mía, vigilante". Los sesudos ejecutivos apenas la apoyaron, decían que era un canto al hurto en los grandes almacenes.

Enseguida llegó la gloria, Luz. En el imaginario colectivo de distintas generaciones está aquella gira brutal de "El rock de una noche de verano". Miguel, Leño y tú. Ay, tu hechizo cubrió el país. Cuatrocientas pesetas la entrada. Jamás se ha vuelto a hacer algo igual. Cientos de personas en marcha, dos escenarios, rayo láser, Los Bordini, funambulistas, la hostia. Y mira tú, la gira y la fiesta terminaron en El Couto. Todos los que viajamos en aquel autobús quedamos perturbados para siempre. "Han ondeado en mi corazón los pañuelos de todos los adioses".

(El viernes, día 8, te abrazaré.

Camino por las calles y siento que la ciudad está hambrienta de ti. Ha sido largo el camino. Hemos aprendido a ser fuertes, no amar es destruir la vida “Así el trigo se inclina al viento / y cuando cesa el viento, se yergue”.

Aquella niña que cantaba subida al alto de un carro de lentos bueyes en Boimorto, luce hoy su nombre en los teatros más importantes del mundo. La orgullosa Francia, está a tus pies. Ahora mismo escucho estremecido ‘Sentir’: “Abre la puerta, no digas nada, / deja que entre el sol. / Deja de lado los contratiempos, / tanta fatalidad”. Ay, no sé por qué… qué daño me hace esta canción.

Los que te amamos no tomaremos precauciones como Ulises cuando se ató al mástil. Dejaremos que todo pueda suceder esa noche).

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